In Memoriam
Don Guido
Uno
Catus amat pisces, sed non vult
tingere plantas.
Proverbios de Heywood
M
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e decido a escribir este informe, en parte
por los insistentes y reiterados pedidos de mis amigos que conocieron el caso;
pero principalmente para echar luz sobre este tema que ha sido tan manoseado
por esa odiosa institución que en la Caja llamamos “radio pasillo”, el rumor.
No persigo
interés literario alguno. Es más, no tiene ningún atractivo para mi recordar
esta historia. Los que me conocen saben que escribo de noche y solo, y el
horror que vivió mi familia este ultimo año regresa a mi mente y me eriza los
cabellos (lo esta haciendo en este momento). Por lo tanto ruego al lector que
disculpe el pauperizado estilo, ya bastante pobre de por si, pero mi deseo es
terminar de una vez, que se lea y que no se sigan tejiendo historias, mas
propias de un libro de Edgar Allan Poe que de la vida real.
Quiero ser lo
más fiel que pueda a la verdad, y abundar en detalles me va a ayudar. Creo que
todo comenzó en el mes de noviembre de 1982. Lamento no poder dar la fecha
exacta, pero no importa demasiado. Fue en la época en que Alejandro B. (oculto
los apellidos a pedido de los interesados. Creo que muchos los conocen, pero de
todos modos me he propuesto respetarlo) compró los walk-man en la proveduría
bancaria, que estaban baratos. Al final yo no pude comprarlos, no recuerdo por
que. Pero no viene al caso.
Decía que
Alejandro había comprado sus walk-man e iba a todos lados con ellos. Su
hermano, que a la sazón trabajaba en Gas del Estado, también había comprado los
suyos.
En ese entonces
Claudia C., Claudia M., Alejandro y yo almorzábamos juntos. Yo no soy un
estudioso de la parapsicología, pero siempre me interesó el tema, como a
tantos. No recuerdo bien de que forma ese mediodía nos pusimos a hablar de
fenómenos parapsicológicos.
Fue entonces
que Alejandro nos dijo:
–
Les voy a contar una cosa que le pasó a mi hermano que
los va a dejar helados. No me crean si no quieren, pero les juro que todo pasó
tal cual. Lo único que les voy a pedir es discreción.
Ustedes
saben que él se compró los walk-man conmigo. Los días de su vida son así. El
llega a la mañana a la oficina, abre el cajón del escritorio, que tiene una
sola llave y la lleva siempre encima; saca los walk-man, se enchufa los
auriculares, pone un cassette, y se pasa el día escuchando música. Cuando se
hace la hora de irse, vuelve a guardar los cassettes y los walk-man en el
cajón, lo cierra con llave y se va. Todos los días lo mismo.
El viernes pasado estuvo todo el día
escuchando un cassette de Bee Gees. El cassette estaba perfecto. Cuando llega
la hora, lo guarda bajo llave y se va. Al lunes siguiente, cuando llega, abre
el cajón, que estaba intacto, vuelve a poner a Bee Gees y lo escucha. Cuando
está por terminar la penúltima canción, el cassette empieza a fallar. Se
escucha como entrecortado, o sea. Se asustó el chanta porque pensó que se le
estaba estropeando el walk-man. Cuando estaba tratando de arreglarlo, entra a
escuchar la voz de un chico que habla o canta en inglés.
Sabés como se puso. Blanco. Por ahí
se corta y sigue Bee Gees. Éste sigue escuchando, pero ya no le gustaba nada. y
en la última canción, de nuevo. Mirá, tenés que escucharlo. El pibe canta, dice
bap bap, que se yo. Te lo cuento y se me pone la piel de gallina, loco.
–
¿Vos escuchaste el cassette?
–
Si, lo tengo en casa.
–
¿Y tu hermano?
–
Mirá, cuando terminó la canción sacó el cassette y no
lo volvió a escuchar nunca más. Esa noche lo trajo a casa. No quiere saber más
nada.
–
¿No puede ser una broma?
–
Puede, pero no me imagino cómo. Además el cajón estaba
intacto. Estaba todo como lo dejó él. Aparte ¿para qué? El no se mete con
nadie, encima no es un tipo que le puedan hacer efecto esas bromas. Ya ves,
largó el cassette y a otra cosa, se olvidó.
–
Además, que macabro.
–
Si yo hiciera una broma de ese tipo, con todo el
montaje que debe tener, no me limitaría a decir cosas ininteligibles en inglés.
Diría algo dirigido a él, no sé, una amenaza. Una referencia al fin del mundo,
que se yo.
–
Si, bien creíble...
–
Bueno, o algo que por lo menos se entienda.
–
Decime, Alejandro –le dije, maldita la hora–, ¿tenés
algún inconveniente en traer mañana el cassette para hacérmelo escuchar?
–
Ningún drama.
Espera. Al día siguiente escuchamos todos el cassette en los
walk-man de Alejandro.
Fue realmente
impresionante. Tal como nos había anticipado, hacia el final de la penúltima
canción, empieza a escucharse en forma entrecortada, como si hubiera un falso
contacto en la salida. De pronto, la voz del chico. Es indudable que es inglés,
aunque no se entiende nada. el mismo proceso a mediados de la siguiente
canción.
Yo había leído
que algunas canciones –en este momento sólo puedo recordar Revolution N° 9, de
Lennon/McCartney– escuchadas al revés, o
sea corriendo la cinta para atrás, decían frases comprensibles, generalmente
con referencias satánicas o cosas así. La onda “punk”. Tuve la intención de
probar con esa cinta, a ver si al revés se podía entender lo que decía el pibe.
Le pedí a Alejandro el cassette y me lo prestó.
Esa noche, en
casa, me propuse investigar a fondo la grabación. Primeramente, traté de
reproducir un posible trucaje en la cinta.
Sabido es que
los cassettes grabados no admiten una grabación superpuesta. Esto se debe a los
orificios que a tal efecto poseen en el borde posterior.
El truco es
simple: poniendo una cinta adhesiva sobre el orificio se puede grabar como en
un cassette virgen.
Lo difícil es
grabar sin borrar lo anterior.
Tuve la suerte
de que Carlos, mi cuñado, mas ducho que yo en estos temas, estuviera
casualmente conmigo esa noche para ayudarme en el examen.
Hay varias
formas de grabar sin borrar lo anterior. Creo que esa noche las probamos todas.
La primera fue
introducir un papel entre el cabezal borrador
y la cinta mientras se graba. El resultado es que baja el volumen de lo
grabado anteriormente, aunque no “chisporrotea”. Una que no.
Probamos
obstruyendo el cabezal borrador con diferentes materiales: papel metalizado,
lana de vidrio, una hoja de afeitar, plástico, goma, etc. Sostuvimos el cabezal
borrador con el dedo, haciéndolo temblar. El “efecto chisporroteo” no se pudo
lograr.
El veredicto
fue el siguiente: la única forma de lograr el efecto es regrabar el cassette a
través de un mezclador que tenga una entrada para el micrófono y otra para la
canción original, dotada esta última de un pulsador o algo similar que produzca
el “efecto chisporroteo”. Demasiado complicado para ser de manufactura casera.
Se debe poseer una tecnología que no está al alcance de todos, y montada ex
profeso para ese fin.
Una vez
descartado el fraude, había que descifrar el mensaje. Coincidimos con Carlos en
escuchar la cinta para atrás (creo que él había leído el mismo artículo). Como
no disponíamos de un grabador de cinta, lo dejaríamos para el día siguiente.
Convinimos en
que yo trataría esa noche de ecualizar la grabación de modo de obtener una
copia con la voz del chico lo más filtrada posible. Obtuve algunas bastante
buenas, que son las que hoy poseo.
Después que
hube hecho esto –ya Carlos se había ido– escuchamos el nuevo cassette con
Cristina, mi esposa. Entre los dos creímos entender algunas palabras en el
inglés del chico, por lo que comprendimos que la grabación estaría al derecho,
y que sólo era necesario escucharla detenidamente para descifrarla. Cuando
Cristina se fue a dormir al nene, me aboqué a la tarea. El resultado es el que
sigue.
La grabación
sobre la penúltima canción dice:
Hey, look at fish (face), that fish.
If (indescifrable) nobody´s go any her home. Under (di? to him. One, three on.
Up to (chim? the child, and would be should. The (chick?, no he. The (kiub?
you, he. They are look at fish. The (chick? look.
Hasta aquí,
totalmente incongruente. Un pez, símbolo cristiano. Si algo pasa, nadie irá a
su casa. Los niños, ellos miran al pez. No se entiende nada.
Al descifrar la
grabación sobre la última canción, algo se aclara. A poco de correr la cinta,
uno se da cuenta de que el chico canta la misma canción. Como para que al que
la escuche con atención no le queden dudas. Como para asegurarse de que su
mensaje llegaría a destino.
Lo que dice, o
lo que creí entender, fue esto:
Hey, look at fish, that fish, look
him. Nobody´s go any her home. Under is the fish. One, three, on. Up to (chim?
the child, and would be should. The child look fish, the child look fish. They
are look at fish, the child look him. (es notable
observar que el tono de voz fue hasta aquí inexpresivo, tal vez alegre. La
melodía, simple y monótona, puede compararse a alguna canción infantil. Las
frases que siguen son dichas con una voz mas grave, sentenciosa. La melodía,
siendo la misma, adquiere un tono mas severo, como si pasara de la escala mayor
a la menor. Aprovecho para decir que yo me encontraba bastante contento y entusiasmado,
dado que –aún con un pésimo inglés, evidente hasta para mí– se podía notar una
cierta lógica en las frases, una cierta correlatividad. Lo que sigue, en
cambio, me espantó) They (kitch? the boat. The boat is the dead. (tarareo triste) and I
bup, bup, bup, bup. Blood (glub). Air. Dead.
La piel se eriza desde las piernas hasta la nuca. Se siente un
hormigueo en la espalda, en los brazos, en el mentón. Las últimas palabras las
escribí sin verlas, ciegos mis ojos por las lágrimas. Sentí que ese chico
ahogado estaba conmigo en ese momento. Que me hablaba a mí. Que me gritaba en
los oídos. Sentí horror, y también piedad. Y compasión. Y miedo.
Fui como pude
hasta la cama. Cristina se había dormido al lado del nene. La desperté
llorando. Le conté lo que escuché.
–
¡Es horrible!... –me dijo.
Lloramos
juntos. Creo que esa noche nos dormimos abrazados, llorando.
Dos
“Nuestros antepasados habían descubierto el
arte de crear dioses. Construyeron estatuas, ... llamaron a los espíritus de
los demonios y de los ángeles, y los introdujeron ... en las imágenes, de modo
que estas estatuas recibieron el poder de hacer el bien y el mal.”
ASCLEPIUS, siglo I AC
E
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s vano relatar el efecto que causó en mis
amigos la traducción de la cinta. Sólo quiero mencionar que compartieron el
horror. Le expresé a Alejandro el deseo de investigar el cassette hasta llegar
a aclarar su origen, a lo que no se opuso, con la salvedad de no molestar a su
hermano, y le devolví el original.
Esa misma tarde
fui con mi copia ecualizada a ver a una conocida, María Angélica, estudiosa de
la parapsicología, y casada con un ingeniero electrónico, con la intención de
que hicieran un doble análisis del fenómeno. Me interesaba especialmente el
veredicto del marido, y también su opinión sobre el tema.
Al día
siguiente me devolvió el cassette, con una palabrita nueva: psicofonía. El
análisis del marido coincidía con el nuestro, y también su dictamen. Pero ella
opinaba que la grabación habría sido realizada por el mismo hermano de
Alejandro, en un fenómeno parapsicológico con bastantes precedentes. Me
contactó con una tal Luisa, médium o algo así, con actuación en el Instituto
Argentino de Parapsicología.
Mi conversación
con ella fue estéril. Se limitó a contarme detalladamente las psicofonías que
recordaba, habló levemente de la posibilidad de que fuera un ente espiritual, y
pasó a contarme historias muy interesantes pero que nada aportaban al tema.
Yo tenía la
intención de hacer un estudio serio del asunto, pero no encontré plafond. Una a
una, como suele suceder, las personas que originalmente habían tenido interés
en el tema lo fueron perdiendo, y yo quedé solo con mi cassette. Acabé por
guardarlo como recuerdo de un misterio sin solución.
Recuerdo que
fue una mañana, en el colectivo, cuando decidí abandonar la investigación. Creo
recordar que pensaba que tenía en mi poder una bella pieza de colección que
mostrar a mis invitados, después de la cena.
Esa misma
mañana, un rato más tarde, en el tren me encontré con un señor cuyo nombre
nunca conocí, que viajaba a veces conmigo y con el que charlaba, casi siempre
de política. No puedo recordar de qué forma nos conocimos.
Habíamos estado
conversando de nuestro tema habitual, cuando, casi al final de nuestro viaje,
me preguntó:
–
Che, decime, vos que sos joven y estás en la onda,
¿qué es ese artefacto que lleva el pibe aquél en la cabeza? – señalando a un
muchacho con unos walk-man.
–
Es una máquina para no pensar –le dije, en tono de
confidencia– Está ideada y distribuida por los Hombres Dominantes del Mundo
para impedir que las nuevas generaciones tengan tiempo de ver la realidad –Yo,
en verdad, quería seguir hablando de política.
Y me dijo a boca de jarro:
–
¿Vos creés en el esoterismo?
Juro que este hombre nunca tuvo ninguna conexión con nadie que
conociera la historia del cassette. Su pregunta, tan al tema de lo que me
pasaba, y preludiada por una referencia a unos walk-man, no pudo dejar de
impresionarme.
Creo que
balbuceé una respuesta vaga a lo que me preguntaba, y pasé sin transición a
contarle todo lo referente a la cinta, expresándole mi asombro por una pregunta
tan oportuna, justo el día en que había decidido abandonar mi investigación
personal.
Lo que me contó
fue vivido por mí como en un sueño. Es notable como todos convivimos con
submundos cuya existencia desconocemos, que coexisten con nosotros y nos
rodean, cuyos habitantes frecuentamos a diario y se confunden con nuestros
iguales. Me ha pasado varias veces tratar en una ronda de conocidos,
generalmente compañeros de trabajo o de viaje, temas extraños como el alpinismo,
y descubrir con asombro que uno de los circunstantes es o fue alguna vez
alpinista. A veces me pregunto quiénes son la mayoría, si los “normales” o los
que pertenecen a sectas, hermandades, agrupaciones más o menos herméticas,
logias, asociaciones o clubes.
El hombre del
tren pertenecía a una logia hermética que estudiaba las ciencias ocultas, algo
así como la Golden Dawn o la masonería en sus principios. Me contó con mucho
recato sus actividades, o lo que podía contar de ellas, dado que todas esas
agrupaciones tienen secretos que sólo comparten los iniciados.
Pero no dejó de
contarme que él era perseguido desde hacía años por una entidad demoníaca que
pretendía hacerle daño. No me dijo por qué –tal vez no lo supiera–, pero me
pudo contar cómo varias veces en el curso de su vida ese demonio menor había
intentado matarlo, cómo lo había enfrentado en Egipto y de qué forma había
llegado a sus manos una representación de esa deidad, en la India.
La conversación
prosiguió, sin notarlo casi, en el subte, y cuando me despedí de él me rogó que
le prestara el cassette para estudiarlo con sus hermanos, como él los llamaba.
Le prometí prestárselo y me bajé, con una sonrisa en los labios y la convicción
de que en Buenos Aires ya hay tantos locos como en las ciudades más
desarrolladas, lo que es un síntoma de desarrollo.
Volví a
encontrarlo casi todos los días, y si bien esto no era lo que yo llamaba “un
estudio serio”, cedí a su insistencia y le presté el cassette, sin ninguna
esperanza, pero por generosidad.
Me lo devolvió
a los tres días. Se encontraba bastante entusiasmado con el cassette, y me
demostraba resignación, como esos políticos que se avienen a hacer lo que en
realidad deseaban hacer.
–
Los hombres tienen su destino atado al cuello como una
piedra de molino – me dijo, parafraseando no se qué –. Es el mismo demonio de
que te hablé. Ahora conozco su voz.
La conversación versó ese día en las diferentes formas que tienen
los demonios de matar a la gente. El me explicó, y yo ya sabía por el cine, que
la forma más común es quebrarles el cuello. Yo insistí con sadismo en el tema,
sabiendo que para él era como hablar de su propia muerte. Pero yo no podía
dejar de tomarlo como algo más bien pintoresco, como una fábula o, en realidad,
como un mecanismo psicológico de autovaloración, algo así como decir “yo soy
importante para alguien, alguien está interesado en mi”, aunque sea para
matarlo. Pero por supuesto que no se lo demostré en todo el viaje. A los locos
hay que seguirles la corriente.
Le di manija al
pobre hombre hasta que llegamos a destino. Cuando nos despedimos me contuve
para no hacerle una broma macabra al respecto, como “cuídese de andar de noche
sólo por los cementerios” o algo por el estilo. Pero el pobre tipo me tenía
como cariño. Será porque yo lo escuchaba.
–
Tené cuidado con ese cassette – me dijo –. No lo
investigues sólo. Hay fuerzas que la gente no conoce, y que desatadas pueden
resultar fatales para el que no sabe manejarlas. No pierdas nunca un hilo de
Ariadna con el mundo tetradimensional. Y si querés investigarlo, hacelo, pero
nunca sólo. Acercate a algún grupo, a alguien que sepa. Y tené cuidado con el
Demonio. Yo sé que vos no creés en él, pero existe. Y tiene el poder de hacer
daño. Te deseo que seas muy feliz.
Se despidió de mí como si fuera la última vez que nos veríamos. Y de
hecho, no lo volví a ver.
Tres
“... y sólo del misterio se tiene miedo. Es
preciso que no haya más misterios.”
VUELO NOCTURNO – Antoine de Saint-Exupery
A
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quí se produce un “bache” en la historia.
Desde mi encuentro con “el esotérico”, a fines de enero de 1983, hasta mediados
de junio de ese año, no se volvió a tocar el tema, mas que como alusión
interesante. Yo tenía mi “pieza de colección” entre mis cassettes con discursos
y voces familiares.
En el mes de febrero de 1983 fue cuando nos mudamos a la nueva casa
(Es por eso seguramente que se abandonó el tema). Nazareno –mi hijo– comenzó a
caminar a poco de estar en casa, y se vivía un clima de intensa felicidad.
Fue una noche todavía calurosa, cuando Cristina se despertó sin
razón aparente, y notó una luz que venía del living. Tras vencer el primer
impulso de seguir durmiendo, se levantó a apagar lo que suponía la lámpara. Al
cruzar la puerta del living, descubrió que lo que ocurría era que la puerta de
calle se encontraba abierta de par en par. De inmediato corrió a despertarme.
Con cautela, ante la posibilidad de ladrones, me acerqué, cerré la
puerta con llave, prendí la luz, y tras revisar toda la casa, y notar que todo
estaba intacto, nos preguntamos mutuamente qué había pasado. Los dos
recordábamos perfectamente que la puerta estaba cerrada con las dos llaves
antes de irnos a dormir. Un misterio sin solución aparente. Decidimos dejarlo
para el día siguiente y volver a la cama.
Con el desayuno analizamos detenidamente la cuestión.
Primera hipótesis: un ladrón abrió la puerta desde afuera; al entrar
descubrió que estábamos nosotros y escapó sin cerrar la puerta para no hacer
ruido.
Es bastante improbable. La puerta de mi casa es de las del tipo que
no tiene pestillo del lado de afuera; por lo tanto, sólo se puede abrir con la
llave o con una ganzúa. Convengamos en que la puerta estaba sin llave –¡pero
nunca abierta!– y que el tipo abrió con una ganzúa, lo que ya es bastante
difícil de hacer sin que lo vean. ¿Qué detiene a ese hombre, después del
trabajo que se tomó, a sustraer algo de valor aprovechando la impunidad de
nuestro sueño? ¿Qué le hizo pensar al ladrón que nosotros no estábamos, siendo
un día de semana, y durmiendo con la ventana abierta? ¿Quién se toma el trabajo
de abrir una puerta con una ganzúa, para huir luego porque los dueños de casa
están durmiendo –como es lógico, por otra parte–? Si yo, ladrón, quiero entrar
a una casa y no quiero enfrentar a los dueños, averiguo primero fehacientemente
si ellos no están. Descartada.
Segunda hipótesis: La puerta no estaba cerrada, sino solamente
entornada, y se abrió con el viento.
Esto obligó a una comprobación in situ. Es imposible arrimar la
puerta de modo que no entre una hendija de luz, sumamente visible. Hubiera
saltado a la vista que la puerta estaba abierta. Además, la menor brisa la abre
o la cierra. Descartada.
Tercera hipótesis: Nazareno se levantó en sueños, abrió la puerta y
se volvió a acostar.
Bastante difícil de por sí que Nazareno abra una puerta. Pero aún
suponiendo que lo hiciera, ¿cómo diablos hizo para volver a subir a la cama?
Descartada.
Cuarta hipótesis: Cristina o yo somos sonámbulos, o ambos.
Nunca lo fuimos. ¿Podemos descartar?
Resultado: misterio insoluble, si no contamos el sonambulismo, un temblor
de tierra, un campo magnético enorme, un ovni o un fantasma.
La opción del fantasma fue la que más nos gustó, y tras solicitarle
respetuosamente que en lo sucesivo atravesara las paredes como suelen hacerlo
los de su especie, tomamos la precaución de revisar dos veces antes de irnos a
acostar.
Creo que fue esa misma semana, o la siguiente, que estando Nazareno
jugando en su pieza, y Cristina planchando en la cocina, corrió espantada ante
los gritos desesperados del nene.
A Nazareno no le pasaba nada. Es decir, estaba muy asustado, lloraba
y se abrazaba a Cristina, pero no tenía señales de que le hubiera pasado nada.
Sólo que Cristina, tal vez motivada por el affaire de la puerta, “sintió” una
presencia en ese cuarto. Levantó al nene, con la impresión de ser observada, y
lo llevó con ella, con la idea de no volver a dejarlo jugar sólo.
Cuando me lo contó, le expliqué que es muy común que los fantasmas
asusten a los chicos, pero sólo el primer tiempo, hasta que se encariñan con
ellos. Después juegan, los cuidan, cuando son grandes les hacen los deberes, y
se ha sabido de casos en que hasta les cambian los pañales, lo que es una gran
ayuda. Cristina coincidía conmigo en tomar este tipo de cosas a broma, pero las
mujeres siempre tienen una tendencia a ser menos escépticas que los hombres. La
duda estaba.
Hubo otras cosas: pequeñas desapariciones de objetos, que aparecían
en lugares insospechados, sombras que se veían en momentos de distracción (en
realidad no eran sombras; eran como luces, no luces brillantes, sino como
objetos iluminados que se veían con el rabillo del ojo, pero que al observar ya
no estaban). En fin, todo hacía sospechar que “no estábamos solos”.
De todos modos, había que dar una respuesta racional a lo ocurrido:
stress, sin duda, olvidos, alucinaciones, todo producto del cansancio mental
que ambos teníamos. Decidimos postergar ciertas ocupaciones, darnos más tiempo
para nosotros, y salir un poco más.
Fue a mediados de junio, decía, que se nos ocurrió comentar en la
casa de mi hermana, Isabel, que teníamos un fantasma que nos cuidaba la casa en
nuestra ausencia. Nosotros lo decíamos a tono de broma, pero ella y su marido,
Daniel, lo tomaron bastante en serio.
Yo no podía creer que dos personas cultas, dos profesionales,
tomaran en serio historias de fantasmas y aparecidos, dignas más de fogón de
campamento que de sobremesa familiar. Pero ellos lo tomaban en serio, nomás. Yo
no negaba la vida trascendente, pero opinaba que a las almas les interesaría
más otras cosas que andar espantando. Además hay una cuestión física, de
comunicación, insalvable.
No podía perder una oportunidad como esa para contar el caso de la
cinta de Alejandro. Increíblemente, me enteré que nunca antes se los había
contado, y que nunca habían tenido el honor de escuchar mi cassette. Tenían un
casi ofensivo desconocimiento de mi colección de grabaciones. Quedamos en una
inmediata visita a casa, donde yo les haría escuchar unas cuantas.
Vinieron a la semana siguiente. De sobremesa, ya los chicos
dormidos, acerqué el grabador a la mesa con la lata de cassettes, y les hice
escuchar grabaciones familiares, el discurso de Balbín cuando murió Perón, la
serie de comunicados de la guerra de las Malvinas, y algunos más que no
recuerdo, dejando a propósito para lo último el que yo sabía que les interesaba
más: el de Alejandro.
Por fin, lo anuncié teatralmente, y me dispuse a pasarlo. Recuerdo
que alguien –creo que fue Daniel– habló
de una presencia en la habitación.
El cassette comenzó a correr. Sonaba el tema de Bee Gees. De
repente, se empieza a entrecortar, y recuerdo las manos de la pareja que se
tomaron, mientras Daniel se inclinaba para oír mejor. La voz del chico empezó a
sonar, y yo subí el volumen. En ese momento las luces se apagaron, y el
grabador se detuvo. De inmediato pensé en un corto circuito en el grabador, y
tiré instintivamente del cable. Al hacerlo, noté que la habitación estaba
iluminada por una luz pálida, que provenía de los tubos fluorescentes de la
difusa. Me indicaron, no sé cómo, el tubo del televisor, que emitía luz. De
pronto, volvimos a escuchar la voz del chico, esta vez sin Bee Gees. Decía,
cantaba en realidad, “Mabels, mabels, mabels... mabels, mabels, mabels...”
Cristina me abrazó. Fue la única que se movió; los demás estábamos absortos,
despavoridos es la palabra, mientras la voz seguía diciendo “mabels, mabels...”
en un tono cada vez más fuerte. Creo que fue Isabel la que gritó.
De repente todo cesó. Volvió la luz normalmente, la heladera a
funcionar, los tubos a parpadear. En ese momento notamos el llanto de los
chicos, desde la pieza.
Estaban los dos despiertos, mejor dicho despertados, porque de
inmediato se volvieron a dormir. Tal vez los despertó el ruido.
Isabel y Daniel abrigaron a la nena, y se pusieron los sacos
mientras no cesaban de hablar. Recuerdo que yo les pedía disculpas, tan confuso
me encontraba. Ellos me decían, con ese encanto del que da consejos sin que se
los pidan, que debíamos vender la casa, quemar el cassette, exorcizar el
grabador, y bautizar el televisor.
Si mi intención era impresionarlos con mi colección, no cabe duda
que en esa ocasión lo hice. Se fueron deseando no haber venido.
Cuando nos quedamos solos, Cristina y yo nos abrazamos y nos pusimos
a reír. Es que la situación se había vuelto realmente cómica. Pero quedaba un misterio
impresionante por resolver por nuestras mentes investigativas. Un desafío.
Primero que nada ¿qué había ocurrido con la luz? Parece que el corte
de luz tuvo que ver realmente con la experiencia, porque al grito de Isabel
todo volvió a la normalidad.
Un poco de experiencia con fenómenos eléctricos me hizo pensar en un
gran campo magnético que hubiera interrumpido el fluido. Era una opción
bastante probable, dado que los tubos fluorescentes y el tubo del televisor se
encendieron, como es lógico si los rodea un intenso campo magnético. De
inmediato miré mi reloj electrónico: marcaba las doce y veintidós minutos del
día primero de enero de 1977, lo que pasa siempre que se detiene y vuelve a
arrancar –por ejemplo, cuando le cambio las pilas-. Era indudable que se había
detenido veintidós minutos atrás, por la misma causa que detuvo todo lo
eléctrico de la casa.
De pronto, horrorizado, salté del sillón y corrí hasta mi colección
de cassettes –¡estarían todos
borrados!– Afortunadamente, hacía tiempo
que había tomado la precaución de guardarlos en una lata metálica y no en una
cassettera común, justamente para protegerlos de los campos magnéticos. Aunque
nunca pensé que podría exponerlos a uno tan intenso. Tampoco recuerdo en qué
momento ni por qué razón tapé la caja. Supongo que debe haber sido parte de la
presentación de la cinta de Alejandro.
Tampoco ésta había sido borrada, y esto sí que es raro dado que
estaba puesta en el grabador. Tal vez la protegió la estructura metálica del
grabador, o tal vez el fantasma no me quiso privar de ella. Y ya estoy
aceptando abiertamente su existencia.
Por otro lado ¿qué significa “mabels, mabels”? tal vez Mabel, un
nombre (sugestivamente, la hermana de Cristina se llama Mabel). Pero, en
español, Mabel se acentúa en la e –el fantasma acentuaba la a–, y en inglés se
pronuncia Meibel.
Nos costó un rato bastante largo comprender que lo que el fantasma
decía era bubbles, bubbles, burbujas, burbujas, una obvia referencia a lo
último que vio en vida.
Una cosa era indiscutible. El fantasma existía. Y se quería
comunicar con nosotros. Era posible propiciar esa comunicación, y más esa noche
que “andaba en las cercanías”.
Decidimos que el mejor método era el tablero Ouija, más conocido por
“el juego de la copita”. Yo lo había jugado una vez, y tengo una interesante
experiencia.
Era gracioso vernos bordear el tema, eludirlo, posponerlo, sopesar
posibilidades, en realidad por puro miedo. Bela Lugosi pisó fuerte en nuestra
juventud.
Por fin nos decidimos. Desparramamos las letras del Scrabel sobre la
mesa, escribimos los números, el sí y el no en papelitos, y elegimos una copa
liviana, como para no andar cansado al fantasma.
Nos sentamos enfrentados, la copa entre ambos, los índices
extendidos señalándola, la vista reconcentrada en su brillo. Y el silencio.
Cuatro
“No bien el rostro sombrío
de aquél hombre mudos vieron,
horrorizados, sintieron
temblar las carnes de frío.”
SANTOS VEGA – Rafael Obligado
L
|
os que nunca jugaron al juego de la copita,
deberían realizar alguna vez esta interesante experiencia telekinética. Se debe
desparramar un abecedario, un sí, un no y las diez cifras en círculo en una
mesa, ubicar en el centro del círculo una copita pequeña (por el peso) boca
abajo, y señalarla con el dedo índice extendido, sin tocarla. Y concentrarse.
Al cabo de un rato más o menos largo según la suerte de cada grupo
la copita se empezará a mover, formando con las letras palabras o frases,
provenientes seguramente del inconsciente de alguno, dado que la copa se mueve
por la fuerza telekinética de alguno o algunos de los jugadores.
Los entusiastas de este juego afirman que el que escribe es en
realidad un fantasma que acude a mover la copa. Se dice que pueden hacerse
preguntas (de ahí que se pongan un sí y un no), pero mi experiencia es que la
copa se mueve –cuando se mueve– tan lentamente que es imposible mantener un
diálogo.
Se crea lo que se crea, la experiencia de concentrarse sin pensar en
nada –olvidaba lo más
importante: no pensar en nada– es sumamente interesante.
Decía que esa noche nos sentamos, Cristina y yo, uno a cada lado de
la mesa, señalando casi acusadoramente a la pequeña copa que centraba el
círculo de plástico y papel.
El tiempo transcurre insensiblemente. La copa, al cabo de un tiempo,
se bordea de luz, y adquiere una imagen irreal. De afuera hacia adentro el
círculo de visión empieza a poblarse de imágenes hormigueantes, de corpúsculos
de luz que se mueven haciendo desaparecer toda visión, excepto la copa tras la
imagen duplicada de mi dedo.
Este juego siempre se rodea de una atmósfera de misterio in
crescendo, pero en esta ocasión en particular, dados los antecedentes que se
vivieron, era inevitable que las imágenes amorfas que circundaban la copa
confluyeran a formar demonios míticos, aquelarres medievales, las más
autóctonas salamancas, caras monstruosas de las que mi imaginación suele ser
avezada autora, y otras alucinaciones más o menos por el estilo.
La copa baila a cada movimiento de los ojos, y el temblor
imperceptible del dedo adormecido ayuda a ocultarla a veces, dando la sensación
de un movimiento deseado y temido que en realidad no existe.
Así gotean los minutos llenando las horas. Entre rostros cabríos de
ojos como brasas, y procesiones de sombreros tricornes, y sierpes, que se
deslizan alrededor de la única triunfante, la copa inmóvil, la de cristal
indestructible y con luz propia, vencedora como el gusano de Poe o la urraca de
Shakespeare. Oyendo –ya a esa altura– como un fondo indescifrable miles de
voces murmurando nombres impíos por debajo del zumbido insoportable del
silencio.
Y de pronto, el estallido atronador en la cocina. Nos encontramos
ambos, de pie al costado de la mesa, inmóviles, mirándonos fijamente a los ojos
desmesuradamente abiertos, las orejas muy atrás, los brazos erizados, los pulmones
repletos de aire que no puede salir. Tragué saliva, y dije con un hilo de voz:
– Yo voy.
Abrí de un tirón la corrediza, los párpados temblando.
Y vi la pila de platos, desparramada en fragmentos sobre la mesada y
el piso.
– Esto así no va –me dijo Cristina– Estamos haciendo algo mal. ¿Qué
hora es?
– Las tres y treinta y cinco. Pero tengo mal el reloj. Hará dos horas
que estamos...
– Y el fantasma éste no aporta. Estaba pensando ¿si ponemos el
cassette?
Gran idea. Llevé la lata de cassettes al dormitorio –por las dudas–,
y pusimos el grabador sobre la mesa, con la cinta del chico.
Convinimos en que lo mejor sería concentrarnos un rato con la copa,
y en el momento en que ya nos sintiéramos psíquicamente “en clima”, uno de los
dos encendería el grabador.
Tras un rato relativamente corto, Cristina –debería preguntarle si
fue ella. Yo no fui, estoy seguro– echó a correr la cinta.
Ya estábamos preparados para cualquier cosa, de modo que no
recibimos con extrañeza la sensación de frío viscoso que crecía a medida que
avanzaba el cassette, la sensación de ahogo que culminó finalmente con la lenta
rotación de la copa, acompañada al principio por nuestros dedos, y luego sola,
deslizándose cada vez más rápido por la mesa, como si su cavidad exhalara un
gas denso que la hiciera flotar.
– Ese ... Pe ... –Cristina puso en mis manos virome y papel, que
quedaron a mano al preparar el Ouija.
SPECTA MEI CORPUS SPECTA MEI CORPUS NON VIDIT QUIN SANGUINE
PROPERATUM NON IMPORTA FRIGUS EST IDEM EST IDEM QUIN SIS FRIGUS MANUS IDEM
VISUNTUR SOL NON EFFICIIT LUX ATRA NON CADERE LACRIMAE AUDER NOSTER DENTIS
AUXILIA ME
¡Latín! Yo no hablo latín, tan sólo tengo una vaga noción. Pero era
necesario preguntar, no sabía si tendría otra oportunidad como esa en la vida.
Lo primero era saber de qué época era el fantasma.
– ¿Quandiu? (¿durante cuánto tiempo?)
– DECEM ANNOS VIXI – Diez años... ¿van? ¿vi? ¡Viví!
– ¿Quando? ¿Quando?
– EXITU AETATIS PUERILIS – No entendí, y volví a preguntar.
– ¿Quando interitus? (¿Cuándo moriste?)
En ese momento la copa tembló, y puedo jurar que la mesa también. El
ambiente se volvió más denso, más insoportable aún, mientras la copa deletreaba
velozmente NON SUMMUS MORTUS, para inmediatamente saltar al piso, tras
describir una parábola, y estrellarse.
La tensión del ambiente cedió de golpe, y sentimos que nos quedamos
solos. Es difícil de explicar, pero de pronto fue como si se descomprimiera la
habitación, o como si se silenciara un sonido muy fuerte. Lo que prima es la
sensación de haberse quedado solos.
– No sabía que hablaras latín –me dijo Cristina.
– Porque no lo hablo. No hubiera sabido qué preguntarle después ¿Por
qué latín? ¿Quién es este pibe? Inglés, latín... ¿un cura inglés? –dije,
mirando el papel. En particular la palabra summus.
– Un cura de diez años –me dijo Cristina, y yo tampoco sabía que ella
hablara latín.
– “No estamos muertos” ¿Estamos? ¿Por qué no dijo “no estoy muerto”?
Y nos pusimos a traducir. Aparentemente dice:
Mira mi cuerpo. Mira mi cuerpo. No ves que la sangre corre rápido.
No importa el frío. Es igual. Es igual que sea frío. Las manos igual se ven. El
sol no hace efecto. Luz negra. No caen lágrimas. Escucha nuestros (!) dientes. Ayúdame. –¿Durante cuanto tiempo?–
Viví diez años –¿Cuándo? ¿Cuándo?– Al salir de la infancia. –¿Cuándo moriste?– No estamos (!) muertos.
– Parece que a este fantasma le da lo mismo usar el plural que el
singular –le dije a Cristina, indignadísimo por la ligereza con que este chico
usaba los pronombres.
– Diez años... pobre criatura. Y habla del frío. “Escucha nuestros
dientes”. pobrecito
Cristina lloraba. Y yo pensando en las conjugaciones.
Cinco
“– Decidme, pues –le respondí–: ¿Qué hay que
hacer para triunfar?
Entonces me reveló todo el misterio y me
mostró que nada era más sencillo”
ESTEGANOGRAFIA – Abad Tritemo (1462-1516)
D
|
esde ese día vivía con la frase en latín en
el bolsillo, pendiente de encontrarme con alguien que supiera latín para
pedirle que me la traduzca. La oportunidad se dio un mes más tarde, cuando me
encontré con el padre Bernabé M. (SJ), un amigo de años, en la casa de un amigo
común.
Tras los prolegómenos del caso, le estiré la copia.
– Me parece un pésimo latín – me dijo.
– Tampoco sabe hablar inglés – le contesté, pero pensaba en voz alta.
– No sé si me entendés. Me parece el latín que vos sos capaz de
hablar.
Sugería que yo había escrito la frase.
– ¡Osás ofenderme diciendo que es un fraude urdido por mí! –le dije,
ofendiéndome en broma
– No... Lo que te digo es que lo escribió tu inconsciente por
telekinesis. Es el mismo caso que la cinta. La escribió tu amigo por
psicofonía. Es una experiencia bastante linda. Te felicito.
Este cura burlón. Pero siempre te canta la justa.
Hablamos largo esa noche sobre el asunto éste. Se interesó de veras
cuando le conté cientos detalles (¡si recordara cuáles!). Ahí empezó a tomar la
cosa con más seriedad.
Me hizo algunas sugerencias, después me exhortó directamente a que
me dejara de joder (sus palabras) con el tema, y terminó por ofrecerse para
exorcizar mi casa.
– Pero escuchame –le dije– ¿vos creés en serio que puede tratarse de
una entidad demoníaca?
– No sé. –lo dijo para no asustarme, si lo conoceré– Un Angel del
Señor no es. Yo andaría con cuidado.
Me metió miedo el curita. Pero decidirme a exorcismos y esas cosas
de película... Y al fin y al cabo el pibe no me había hecho nada.
Le conté a Cristina lo que hablé con Bernabé, y, para mi asombro, no
aceptó la idea del exorcismo, diciendo lo mismo que yo acabo de escribir, que
el fantasma no nos había hecho nada más que romper una copita que no valía
tanto. Y poniendo énfasis en dos palabras latinas que parece que la perseguían:
AUXILIA ME.
El tiempo que siguió después fue como una pesadilla. Era una cosa
diaria, diría, que pasara algo extraño, como cosas que se caen sin razón
aparente, “presencias” que se sienten, puertas que se abren sin viento.
Era una cosa de estar mirando televisión, con el nene jugando y de
pronto empezar a ponerse nerviosos, empezar a sentir este frío viscoso, y el
nene ponerse a llorar, y uno –Cristina o yo– a hacer preguntas al aire, en
latín o en inglés, que ya habíamos escrito.
El colmo fue cuando, con el grabador encendido, en uno de esos
momentos, por el grabador salió la respuesta. No recuerdo qué preguntamos y la
respuesta, esa vez, no quedó registrada. Pero la situación que estaba viviendo
Nazareno, llorando todos los días, no era saludable para él.
Fue así que decidimos una noche, llevarlo a la casa de mi suegra y
dejarlo hasta que esto se decida para bien o para mal.
Fue la noche decisiva. Encendimos el grabador con un cassette
virgen, me senté con Cristina en mis rodillas, y esperamos.
Al cabo de un rato inesperadamente corto, sentimos como otras veces
su presencia.
Fue Cristina la que comenzó a preguntar.
– Wath is your name?
– Mi nombre es Legión –contestó, y la pucha que me asustó su
respuesta. Tuve la intención de largar todo y llamar a Bernabé, pero Cristina
siguió, imperturbable.
– ¿Por qué ahora me contestás en español?
– La respuesta está en tu cerebro.
Ahí está la explicación de por qué hablaba en tan mal idioma. Cuando
grabó la cinta, el hermano de Alejandro estaba escuchando a Bee Gees en inglés,
y por eso grabó en el inglés que pudo, con sus breves conocimientos. Y con la
copita escribió en latín porque yo estaba fantaseando con misas negras y esas
cosas. Además, no me pregunten por qué, pero para mí el idioma fantasmal es el
latín. Y como el que escribía era yo –mi inconsciente que captaba
telepáticamente lo que le dictaba el fantasma–, escribí en el latín que pude,
bastante malo pero el único con el que yo podría hablar. O Cristina, pudo ser
ella la que escribiera, o los dos.
– ¿Qué estás haciendo ahora en la Tierra?
– Este es nuestro lugar.
– ¿Por qué hablás en plural?
– Porque somos muchos en uno, todos estamos en las mismas condiciones.
– ¿Quién fue el que se cayó al río?
– Yo... –¡La voz del cassette!– Habíamos ido al río con los chicos, y
ellos fueron los que tiraron el bote, ellos, no yo, se lo juro.
– Contame más.
– Había sol, y el agua era transparente
que se veían los peces. Los chicos quisieron atrapar uno, y el bote se volcó.
Ellos se murieron todos.
– ¿Y vos?
– Yo sentí que me asfixiaba, veía sólo burbujas. Me asusté mucho, pero
no me morí. ¿No ve que estoy vivo? ¿No ve que estoy vivo? ¿No me ve?
Esto último lo dijeron varias voces, que terminaron superponiéndose
hasta formar una sola, como varios colores que se mezclan hasta formar uno sólo
definido.
– ¿Y qué hiciste desde ese día?
– Desde ese día me paso la vida preguntando por qué todos fingen no
verme. Les grito a los oídos y se obstinan en no contestar.
– ¿Por qué sentís frío? –fue mi primera pregunta.
– Siento mucho frío. El sol no me calienta. No sé que le pasa al sol
que no calienta. La luz no es como antes. La luz del sol es opaca.
– Negra...
– ¿Dónde está Dios?
– Dios está... en el Cielo, supongo.
– ¿Cuánto hace que estás así?
– Mucho... mucho.
– ¿Desde qué momento?
– Desde que salí del río. –la voz del chico.
– Que hable otro.
– Desde que me clavaron ese puñal que casi me mata. –una voz de mujer.
– ¿Quién te lo clavó?
– Marco Tulio, mi marido, cuando estuvimos en Hispania.
– Que hable otro –dijo Cristina. Yo hubiera preferido seguir hablando
con esta asesinada de hace dos mil años.
– ¿Cuándo te mataron?
– ¡No estoy muerto!
– Tienen que entender que la vida ya no está en ustedes. Que no pueden
vagar eternamente por un mundo al que ya no pertenecen.
De nuevo las luces comenzaron a apagarse, y el aire se volvió a
poner pesado. Cristina preguntó algo, pero ya no hubo respuesta porque el
grabador ya no andaba. Increíblemente, en ese momento pensé en mi reloj que
volvería a detenerse.
– ¡Cuando comiencen a aceptar que están muertos, recién entonces
estarán listos para partir definitivamente de este mundo!
Una silueta rojiza comenzó a perfilarse en el medio de la habitación
a oscuras. No era una silueta definida, sino más bien un borde enorme de forma
humana que saltaba como un mono.
No sé que dijo Cristina en ese momento. Seguía hablando de Dios y de
la muerte, y de partir para el más allá. Lo que recuerdo con claridad es la
silla en la que estábamos sentados, que se movía como todo el cuarto, la figura
saltando, roja, enorme, el aire irrespirable.
De pronto, la figura se quedó quieta, tensa, y se puso celeste de
inmediato, y después paulatinamente blanca. El grabador volvió a andar, para
decir:
– ¡El calor! ¡Es luz caliente! ¿Dónde? ¡En la ventana! Es de luz... Es
mi Señor... Mi Señor...
La imagen caminaba lentamente hacia la ventana, pasando a través de
la mesa, y al pasar cerca nuestro juro que la vi desdoblarse, como si fueran
muchos, pero no se separaron. Fue como un efecto óptico, es decir como si
dentro de la imagen yo pudiera adivinar varias. En realidad, no hay forma de
describirlo.
La imagen desapareció por la ventana, y con ella se fueron todos los
fenómenos que ocurrían en mi casa.
En seguida, al día siguiente, volvimos a traer a Nazareno, tan
seguros estábamos de que todo había terminado.
Hay algo más. Al reescuchar el cassette que grabamos esa noche, hay
una voz, al final, que ni Cristina ni yo escuchamos, pero que de todos modos se
grabó. Es una voz dulcísima, como nunca escuchamos otra igual, que dice: “Yo
soy la luz del mundo”
Epílogo
“Si recordara entonces su antigua morada y el
saber que allí se tiene, y pensara en sus compañeros de esclavitud, ¿no crees
que se consideraría dichoso con el cambio, y se compadecería de ellos?”
LA REPUBLICA, Libro VII – Platón
Q
|
uiero dejar sentado que voy a comentar un
suceso por completo desconectado del resto del informe. Pero me acabo de
enterar que ocurrió, y me parece una obligación incluirlo.
Esta tarde, cuando volvía del trabajo, me encontré en el tren con un
muchacho con el que suelo viajar. Como hace apenas una semana que terminé el
informe, y cito en él al esotérico, le pregunté a este chico por él, dado que
también lo conocía.
– ¿No sabés lo que le pasó? –me dijo– ¿Viste hará dos o tres meses,
que los trenes se atrasaron como dos horas a la mañana? Mirá, me cuesta
decírtelo, no sé cómo lo vas a tomar, pero un tren lo agarró a Guido. No le
hizo nada, no lo llegó a pisar, pero lo atropelló de frente y se partió el
cuello contra el tercer riel. Murió instantáneamente.
Requiescat in pace, Don Guido.
En esta narración toda referencia a personas, cosas, hechos y fechas
es real. Agrego este párrafo para aquellos lectores que no hayan tenido
previamente noticias de este increíble suceso. Quedan a disposición de los
escépticos las dos cintas, la de Alejandro y la de la noche del veintidós de
noviembre de 1983, la del desenlace.
Repito que no tengo ninguna razón para pensar que el deceso de Don
Guido tenga algo que ver con mis cintas, pero faltaría a la verdad si no
agregara que el accidente que lo provocó, según mis averiguaciones, tuvo lugar
en la madrugada del día veintitrés de noviembre de 1983, unas horas después de
“mi fantasma” encontrara el camino de la luz.
En cuanto a todas las personas que me han pedido curaciones,
oraciones y comunicaciones con el más allá, les ruego que, a la luz de este
informe, comprendan que ni mi esposa ni yo tenemos ningún poder mediúmnico ni
nada que se le parezca, y que asistimos a estos acontecimientos como casuales
espectadores.
Tampoco pretendo que la voz que se grabó al final del cassette sea
la de Cristo. Pudo ser una psicofonía nuestra, o del fantasma. Pudo ser un
recuerdo de alguno de nosotros. Sin embargo, repito que es la voz más dulce que
hayamos escuchado, dicho esto sin intención de convencer a nadie.
Los que conocieron a fondo el caso me hablaron de poltergeist,
creaciones de la mente. Es posible. No seré yo el que niegue a Confucio.
Pero, tras haber vivido la experiencia, queda en nuestras almas, en
la de Cristina y en la mía, la inefable convicción de que esa noche del veintidós
de noviembre, un puñado de almas que murieron sin saberlo alcanzaron a conocer,
de pronto, la Gloria de los Cielos.
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