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Deutschland, Deutschland...



L
a historia que voy a relatar ocurrió durante la noche del viernes 28 de abril de 1989. Ese día, junto con un grupo de amigos, habíamos decidido reunirnos para pasar el fin de semana largo en una quinta de Cañuelas, propiedad de la tía de uno de ellos. El plan era encontrarnos a eso de las seis de la tarde, después del trabajo, en San Justo, en la casa de uno de mis amigos, e ir juntos a la quinta, que quedaba en un lugar algo inaccesible y difícil de encontrar.
Pero, precisamente ese día, la fatalidad hizo que una falla de caja me demorara en el Banco hasta muy tarde. Telefoneé a mis amigos, y me dieron una serie de indicaciones muy precisas para que pudiera llegar.
Recién a las doce de la noche estaba tomando la Ruta 3 con destino a Cañuelas. En esa época tenía un automóvil Fiat 128, muy rápido pero muy nervioso, que tenía un defecto de balanceo en la rueda delantera izquierda.
En algún punto me perdí, doblé donde no tenía que doblar o viceversa, y el caso es que muy pronto me encontraba en una ruta oscura cuyo nombre desconocía, con altos pastizales a ambos lados, en medio de una llovizna y una niebla que hacía imposible la visión más allá de los ochenta o noventa metros.
Al cabo de un rato, adelante mío, la ruta hacía una curva y contracurva bastante cerradas, no señalizadas, que tomé como pude, a la velocidad que venía, pero pisé la banquina y perdí momentáneamente el control del auto.
Me metí por un momento en una zanja, llovió profusamente sobre el parabrisas una porción de barro y agua, sentí que el coche saltaba como en las películas, y fui a caer con gran estrépito, otra vez sobre la ruta, con el motor parado.
Bajé con mi linternita y miré abajo del auto, esperando encontrar tal vez la mecánica desparramada sobre el suelo, o las ruedas dobladas para afuera, pero milagrosamente el coche se veía entero y normal.
Con un poco más de confianza, volví a subir y traté de ponerlo en marcha, sin éxito. Tarde comprendí que, probablemente, se habría mojado la bobina o algo así, porque la desesperación me hizo agotar la batería, en el medio de la nada y bajo la lluvia.
En esa situación, me fui dando cuenta que, siendo a la sazón la una de la mañana, me esperaban unas ocho horas de pernocte en el auto hasta que, con un poco de suerte, pueda conseguir ayuda.
Pero, al cabo de un ratito, pude ver a lo lejos la figura de un hombre a caballo. Cuando me vio, se detuvo, como dudando sobre si actuar o no, y finalmente se acercó al trote.
Bajé rápidamente del coche, le pedí ayuda. Le conté lo que había pasado, ya el hombre, en realidad un muchacho de unos veintipico o treinta años, abría el capot y me daba indicaciones: “ponelo en marcha”, “acelera, acelera”, “paralo”. Ya estábamos ambos en el motor, engrasándonos. Ante una puteada mía en italiano –todavía, en esa época, yo imitaba a mi padre cuando puteaba–, me dijo, riendo,
«Si un alemán y un italiano no podemos poner en marcha esta máquina, nadie podrá hacerlo. »
Tratamos de hacerlo arrancar empujando, pero nuestras fuerzas fueron insuficientes. Finalmente se presentó, se llamaba Rodolfo Rosenkrantz, y me dijo que en su casa, a menos de un kilómetro de ahí, tenía un cargador de baterías y algunas herramientas, necesarias para poderlo arreglar. Que lo mejor sería arrastrarlo con el caballo, y que después de cargada la batería, en dos o tres horas, seguramente podríamos ponerlo en marcha.
Lo ató con una soga que llevaba, y durante el trayecto, unas ocho o diez cuadras, mi auto fue un carro.
Después de poner el coche en un cobertizo protegido de la intemperie, de volver a revisarlo con luz, y de conectar el cargador de baterías, pasamos a la casa.
Me pareció excesivo aceptar su invitación a comer, aunque acepté de buen grado el “buen café cargado” que me ofreció. Y también pasar al baño, y secarme un poco.
Seguí su indicación –después de la salita, a la izquierda–. La salita era una pequeña habitación muy bien amueblada, como toda la casa, con muchas antigüedades, con una vitrina de un lado, y una bien nutrida biblioteca del otro. Me demoré frente a la biblioteca leyendo los lomos, y recuerdo –creo recordar– varios libritos de Gurdjieff, La Cosmogonía Glacial de Horbiger, algunos ejemplares de Blavatsky, la colección completa de Lobsang Rampa, Mundos en Colisión, de Welikovsky, las Enéadas, de Plotino, Zarathustra y otros libros de Nietzsche, La Raza que nos Suplantará, de Lytton, Hombres, Bestias y Dioses, de Ossendovski, El Retorno de los Brujos, de Pawles y Bergier, un ejemplar excesivamente voluminoso y excesivamente encuadernado en cuero de Mein Kampf, con letras doradas al fuego, Schopenhauer, Ignacio de Loyola, Haushoffer, Hesse, Lovecraft, Guénon, y un curioso ejemplar de Kipling con la cruz gamada en su lomo. Las ediciones eran, principalmente, en alemán, y también en inglés, en francés y en español.
Como una lógica continuación, me puse a curiosear entre las piezas de esa vitrina cubierta de cristales biselados que ostentaban, en el preciso lugar que indica la proporción áurea, un enigmático mandala esmerilado.
Todo un estante estaba ocupado por trece vasos de madera pulimentada, muy sencillos y muy antiguos. Uno de ellos estaba roto. El resto lo ocupaban medallas, posavasos de metal precioso y porcelana, y otras chucherías, ornamentados todos con svásticas y leyendas en alemán. En el estante superior, un pergamino con las insignias del III Reich y una calavera, escrito en alemán, aclamaba el nombre de Rudolf Rosenkrantz, tal vez el padre de mi anfitrión.
Al volverme, en la pared que había atravesado al entrar y que había quedado a mis espaldas, dominaba la foto –o una pintura, o la foto de una pintura– de Adolf Hitler.
De pronto, con horror, caí en cuenta que me encontraba a solas, en el medio de la nada, sin que nadie sospechara dónde estaba, en la casa de un loco.
Rodolfo –Rudolf– me observaba desde la puerta, y me dijo:
«No espero que compartas ni comprendas la idea que nosotros tuvimos de la Historia. No te juzgo. Sólo te pido que tampoco me juzgues ni me condenes hasta que hayas escuchado nuestro punto de vista, hasta el final. Ve a secarte, hombre, que te enfermarás, y ven, que el café está listo. »
En el baño, consideré mis posibilidades: si me ponía a argumentar o a intentar razonar con él, es muy probable que se pusiera violento. Yo no iba a cambiar su forma de pensar. Por otro lado, el tipo se había portado bien conmigo; me ayudó en la ruta, y no tenía ninguna necesidad de hacerlo, me brindó la hospitalidad de su casa, hasta me invitó a comer ¿qué necesidad tenía de contradecirlo? El hombre quería hablar: había que escucharlo. No criticarlo, no argumentar, no replicar, no debatir, ni dar lugar a controversia. En unas pocas horas, la batería estaría cargada y yo podría irme tranquilo como vine.
En ese estado de ánimo, volví con Rudolf, acepté el café humeante que me ofreció, hice un comentario estúpido sobre la calidad del café, y me arrellané en un sillón con mi taza en la mano, dispuesto a escuchar al nazi con quien el destino me había cruzado.
«La historia post Nüremberg –comenzó a decir– ha tratado de explicar el advenimiento a la Tierra de la civilización nacionalsocialista como el delirio y la megalomanía de un sifilítico y de un grupo de sus secuaces, obnubilados por su retórica y por la hiperinflación. Este argumento, que no resiste el menor análisis, ha sido desarrollado y difundido con el sólo objetivo de ocultar las tremendas fuerzas sociológicas, psicológicas, políticas y espirituales que tuvieron lugar en la Europa de la primera mitad de este siglo, y fue un plan concebido con absoluta premeditación y ejecutado con precisión.
«Antes que nada, hay que comprender que la ciencia y la filosofía cartesianas y newtonianas, el mundo positivista y mecanicista, estaban ahogando a la Humanidad, y el mundo estaba a las puertas de un nuevo período oscurantista, que duraría más de mil años. Grandes fuerzas, muy superiores a las humanas, lo habían concebido así. La ciencia muy pronto declararía que el Universo había sido descifrado, y las potencias de la Naturaleza se cerrarían para nosotros.
«Para que te des una idea, hacia fines del siglo XIX, el director de la oficina de patentes de Estados Unidos renunció, y argumentaba en su renuncia que “ya no había nada más para inventar”. Marcellin Berthelot, unos años después, decía que “el Universo ya no tiene misterios”. Simón Newcomb demostró matemática­mente la imposibilidad de volar con algo más pesado que el aire. El profesor Lippmann, en la misma época, le dijo nada menos que a Helbronner que “la Física estaba acabada, clasificada, archivada y completa, y que haría mejor en emprender nuevos ca­minos”. Clausius demostró “científicamente” que no era conce­bible otra fuente de energía que el fuego, y que la energía, si se conserva en cantidad, se degrada en calidad.
«Pero, en toda Europa y me consta que también en América, incluso también en la Argentina, como lo supe mucho después, ciertos círculos jóvenes intelectuales buscaban subterráneamente nuevos caminos.
«Algunos hombres más evolucionados ya hablaban de realidades que la ciencia ortodoxa negaba sistemáticamente. »
Debo haber realizado algún mohín inadecuado porque replicó:
«Debes entender, y coincidir conmigo, que algunos hombres están más adelantados en el proceso evolutivo que los demás. Lo contrario es no comprender el proceso de la evolución.
«La ciencia pretende mostrarnos las diferentes especies como escalones, como saltos que va dando la vida, como si las especies evolucionaran de pronto y se convirtieran en otras, y mágicamente la especie superada se extinguiera, inservible, gastada.
«Esto es un error. La Naturaleza no da saltos. Más bien la vida es un continuo evolutivo desde los primeros unicelulares hasta su culminación, que no pretenderé decir que sea el Hombre.
«Toda la taxonomía no es más que una abstracción mnemotécnica. En realidad, no existen las especies, porque no hay dos individuos iguales. Veamos, ¿cuál es el antepasado del hombre? ¿el mono? ¡Error!, el hombre y el mono descienden de un antepasado común, sólo que los monos evolucionaron en un cierto sentido y el hombre en otro. Toda la Evolución es expresable como la ínfima diferencia entre un padre y su hijo, como el fuego que va quemando la hojarasca, va cambiando de forma de hito en hito, crece o se apaga aquí o allá.
«Entonces, dado que todos los individuos somos distintos, también todos los humanos se encuentran en un diferente estadío evolutivo. Los hay primitivos, subhumanos, y también, y esto es lo importante, conviven con nosotros los más evolucionados, los más perfectos, las luces y los guías de la Humanidad.
«Había entonces, como te decía, algunos de estos hombres que percibían una realidad superior a la realidad cartesiana, una hiperrealidad. Los poderes escondidos en la materia, que fueron revelados a los enemigos de Reich para su destrucción, la investigación de los estados de supraconciencia, los misterios de la dimensión estática del tiempo, los medios de comunicación telepática e incluso de la influencia de la mente sobre la materia, secretos conocidos por ciertos grupos de hombres y recibidos de los Maestros Antiguos, ya estaban siendo revelados para provecho de la Humanidad.
«En Alemania la Historia reciente había abonado el terreno para que estas y otras doctrinas arraigaran provechosamente. Había una clara percepción de que no existía ningún futuro disponible, de fin de los tiempos. No puedo describirte acabadamente esta desazón, esta convicción de vivir sin sentido. También, debo admitirlo, la economía y la política internacional y local, y la degradación de nuestras instituciones, colaboraban a este estado de cosas. Entonces surgieron en nuestro país, disfrazados de literatura, de sistemas herméticos, y también de liderazgos políticos, ciertos postulados contracorriente que venían a llenar este vacío.
«Hitler fue uno de ellos, ni mejor ni peor que los demás. Pude asistir, en el invierno del 19 al 20, a aquellas memorables asambleas del Partido Obrero Alemán. Al principio, sólo encarnaba la esperanza del pueblo alemán de volver a ser una nación. Yo, como tantos, me uní fervientemente a las filas de la Juventud Hitleriana, y me tocó participar, junto a muchos héroes, de momentos memorables.
«El 4 de febrero de 1920, tras partirle la cabeza a algunos judíos comunistas, presencié el comienzo del romance de Adolf Hitler con el pueblo alemán, con su discurso memorable frente a más de dos mil personas, en la Hofbräuhaus, en Münich.
«Yo estuve en febrero del 21 en el Circo Krone. Y fui uno de los cuarenta y seis SA que defendieron la Hofbräuhaus en noviembre de ese mismo año. También estuve en la Konigsplatz en el verano del 22, y, poco después, en octubre, en Coburgo.
«El 9 de noviembre de 1923, a las 12:30 del día, poseídos de inquebrantable fe en la resurrección de su pueblo, cayeron en Munich frente a la Feldhernhalle, en el patio del antiguo Ministerio de Guerra, y a mi lado, muchos amigos, Kurt Neubauer, Karl Laforge, Andreas Bauriedl, Martín Faust, tantos otros.
«Pero el cambio, el gozne de la Historia se produjo cuando se reunieron Los Siete para fundar el Partido Nacionalsocialista. A partir de ese momento nada fue igual.
«A partir de entonces, todos los alemanes fuimos nazis. Todo el que te cuente otra cosa miente. El mensaje del Fürher atravesaba los corazones y los espíritus, encendiendo en todos nosotros una especie de llama sagrada, un fuego hipnótico que nos abrasaba, un fuego ario que debería iluminar al mundo, oponiéndose al hielo que pretendía cristalizar la humanidad por un milenio, ese glaciar semita que estaba arrasando a nuestro planeta.
«Seguramente tu padre italiano pudo sentir este fuego en los tiempos de Mussolini. »
Sonreí, pues mi interlocutor no sospechaba que mi padre fue precisamente uno de los líderes de la Resistencia Italiana, un partisano, que luchó para derrotar a ese régimen de terror. Casi cuarenta años después la República Italiana reconocería las glorias de mi padre, condecorándolo justamente como Héroe de Guerra, de las manos de Sandro Pertini.
Seguramente Rudolf tomó mi sonrisa como un asentimiento, pues prosiguió, imperturbable, su historia imposible:
«En esos tiempos la Tierra se convirtió en el tablero donde dos bandos jugaron su partida.
«Debes saber que, hace treinta o cuarenta siglos, en la noche de los tiempos, existían en lo que hoy es el desierto de Gobi dos civilizaciones en guerra, altamente desarrolladas. Tras casi destruir el mundo en su afán en una conflagración atómica que desertificó esa zona, cuyos vestigios pueden ser vistos aún hoy en día, emigraron y se ocultaron en un inmenso sistema de cavernas bajo el Himalaya, algunas de las cuales conozco y he visitado. Allí, crearon dos ciudades: Agarthi y Schamballah. Desde entonces, el escenario de su guerra eterna es la superficie del mundo, y sus soldados o las piezas de este juego somos nosotros, la Humanidad.
«Después de 1934, yo empecé a servir en la Anhenerbe, bajo el mando de Heinrich Himmler. Nuestra misión era buscar por el mundo y llevar a Alemania ciertas reliquias, ciertos artefactos, de importancia primordial para el advenimiento del Hombre-Dios, importancia que yo, por supuesto, desconocía. En una de mis misiones, tuve que escoltar hasta el Tibet a mi tocayo y amigo, Rudolf Hess.
«Cuando llegamos, en mi calidad de SS Anhenerbe, acompañé a Hess hasta unas cavernas a la que nos guiaron unos monjes. Allí supe ciertas cosas. 
«Desde los tiempos del Despertar Jónico, los maestros de Schamballah iluminaron la civilización grecorromana, que estaba destinada a acelerar el conocimiento y el desarrollo científico humano. Esto se hace evidente en Tales de Mileto. Todo el fundamento de las ciencias, de la política y del método científico le fue revelado.  Se dice que Anaximandro, antes de medir el radio de la Tierra, la vio desde el espacio volando en un Vimana. Hipócrates sentó las bases de la medicina moderna. A Demócrito de Abdera le fueron reveladas las íntimas estructuras de la materia. A Pitágoras se lo recuerda por su famoso teorema, pero fue un místico, el primer místico-matemático, que fundó un gobierno de santos.
«Pero poco después, la raza de Agarthi eligió un pueblo que debía detener el progreso y llevar al mundo a un milenio de oscurantismo. Ese Pueblo Elegido fueron los semitas. La concepción judeocristiana del mundo detuvo durante mil años la evolución intelectual de la Humanidad, durante la Edad Media, hasta el Renacimiento
«Cristóbal Colón, Leonardo da Vinci, Cristiaan von Huygens, y otros renacentistas fueron inspirados, directamente o por manipulación psicotrónica, por los Maestros de Schamballah.
«Y luego, la ciencia judía del siglo XIX amenazaba con congelar el mundo en un nuevo oscurantismo que tendría lugar desde la segunda mitad del siglo XX.
«Karl Haushoffer fue el mago que intercedió ante las fuerzas de Schamballah para impedir esta avanzada. Él puso en contacto a estos Maestros Antiguos con el Fürher, y ellos lo dotaron de esa llama, de ese fuego que debía oponerse al hielo de Agarthi y de los semitas.
«Hitler sabía que no podría reinar la ciencia de Schamballah mientras en Alemania viviera un judío. Es por eso que hizo todo lo posible por echarlos de nuestra propiedad antes del cambio que se iba a generar. Pero, en el invierno de 1942, cuando el hielo detenía a nuestros ejércitos en Rusia, mientras las armas automáticas se encallaban al congelarse el aceite, mientras se helaban las locomotoras y bajo su capote y calzados con sus botas de uniforme, morían los hombres, comprendió que no podría ocurrir el advenimiento del Hombre Nuevo en tanto la raza de Agarthi viviera sobre la Tierra. Fue entonces que concibió la Solución Final. »
Un escalofrío recorrió mi cuerpo mientras Rudolf seguía desgranando sus locuras.
«Entonces Agarthi violó el pacto sempiterno, y fue el comienzo del fin. Ciertos secretos que debían permanecer ocultos le fueron revelados al enemigo de Alemania para que ésta fuera rota. Las bombas de Hiroshima y Nagasaki debían caer sobre Münich y Berlín, y muchos conocimientos que surgieron en los laboratorios aliados fueron en realidad revelaciones ejecutadas por los Maestros de Agarthi. Sólo la grandeza del Fürher impidió que la raza aria fuera extinguida de la faz de la Tierra.
«Después de que acabara la guerra, los Antiguos debieron intervenir directamente en el mundo, no una, sino muchas veces. Sus Vimanas fueron observados un número de veces, y se los llamó OVNIS. Un poder destructivo que la Humanidad nunca debía haber poseído, el mismo poder que casi destruye al mundo en los tiempos pretéritos, le fue dado irresponsablemente a dos naciones, las enemigas de Alemania, que pronto estuvieron al borde de una guerra entre sí. El planeta estuvo a punto de ser destruido una porción de veces, y sólo fue evitado por la intervención directa de las razas de Agarthi y Schamballah, ahora colusionadas para evitar la destrucción final.
«El mundo, desde entonces sufrió una tremenda presión psicotrónica, que se ejecutó sobre todos los hombres, hasta la destrucción de la Rusia Soviética, que está ocurriendo ahora, precisamente en Berlín, para anular a uno de los dos contendientes de esta guerra potencial. Ésta, aparentemente, es la solución que los Antiguos le están dando al problema que ellos mismos crearon. Pero ahora todos estos conocimientos científicos quedan en manos de un solo país, los Estados Unidos, que jamás se han caracterizado por su filantropía. Y no me refiero solamente a la energía atómica. Muchos descubrimientos en el área de la electrónica, que hoy guía a los misiles nucleares, y fue el origen de la informática, entre otras cosas, la tecnología basada en el laser, el radar, y algunas ciencias de índole sociológica que no son muy difundidas, les fueron reveladas a los científicos aliados durante la Gran Guerra.
«El destino de la Tierra, hegemonizado por el poder norteamericano, evolucionará rápidamente a una crisis provocada por la voracidad yanqui, que se manifestará en la defoliación de las economías de todos los países del mundo en beneficio de los Estados Unidos, y también en otra crisis mucho más profunda, de carácter ecológico, que pondrá en riesgo la continuidad planetaria, causada por la contaminación que generará este país y que se negará a eliminar o al menos limitar. Es seguro que, llegado ese punto, una catástrofe aparentemente natural, pero provocada por los Maestros del Mundo Subterráneo mediante tecnologías que desconocemos pero que ellos dominan, castigue a este país y lo detenga. Los sitios para este escarmiento ya han sido elegidos, y en el curso de tu tiempo los verás. Recuérdalos: son Yellowstone, Manhattan, San Diego.
«Pero no será una guerra la que los pierda, no. Desde los años sesenta en adelante se está destruyendo la base misma de la sociedad humana, para hacer al hombre menos belicoso y más individualista. En todo el mundo, puedes observarlo, y verás que será peor en el futuro, los homosexuales están gobernando los medios de comunicación, convirtiendo a los hombres en mujeres, quitándoles toda su virilidad. También las mujeres empezaron a vestirse como varones, y muy pronto se borrará toda diferencia entre los sexos. Esto había sido predicho por uno de tus paisanos. La intención, al amariconar a los jóvenes, es quitarles la agresividad natural del guerrero, para que sea más difícil que los lógicos conflictos entre las naciones degeneren en inevitables contiendas.
«Además, se estimuló la síntesis de nuevas y terribles drogas artificiales, y se incentivó su uso principalmente entre los jóvenes, demoliendo su espíritu y desbaratando su esencia misma. En todos los tiempos la juventud ha sido la reserva moral, la cantera de donde surgen los líderes éticos e incorruptibles. El ataque se enfocó, por esta razón, especialmente hacia los jóvenes.
«Al mismo tiempo, una fuerte ideología basada en el pragmatismo y el individualismo ha cundido por el mundo, haciendo del hombre el lobo del hombre, impidiendo los liderazgos porque ya nadie confía en nadie. Esta ideología ha desplazado toda noción de honor, de códigos de conducta, de fidelidades. En estas condiciones es imposible organizar a las masas, dispersas en su egoísmo, desparramadas en su aislamiento.
«Sin embargo, hay dos excepciones: como siempre, dos naciones están siendo preservadas para el futuro. Si te fijas, estas plagas que te he descripto no se han ensañado sobre el Estado de Israel con tanta furia como en el resto del mundo, como en Holanda, o en España, o en Inglaterra o Alemania. Además, los Señores de Agarthi le han proporcionado a los semitas nuevas y terribles tecnologías, sobre todo en el área informática de defensa.
«Alemania debía iluminar el mundo y guiarlo hacia un nuevo Renacimiento, un nuevo despertar. Pero en algún sitio erramos el rumbo. Yo pude ver, hacia el final de la contienda, cómo el III Reich, defraudadas las espectativas de los Amos de Schamballah, estaba siendo abandonado por estas fuerzas, que luego se nos volvieron en contra. Yo sabía que muy pronto otra raza sería elegida por estos Maestros para alumbrar el futuro.
«Hoy la ciencia de Schamballah, especialmente los avanzados conocimientos en el área de medicina, están siendo revelados a una sola nación, que además está siendo preservada como en una campana de cristal de la catástrofe moral que asuela al mundo. Esta vez eligieron un país sin historia, su gesta está siendo escrita directamente con la pluma de Schamballah. Este país es Cuba, y su líder, esa hiena cobarde, Fidel Castro. Cuando tuvo la oportunidad de eliminar a su enemigo en un fuego purificador, no tuvo el valor de hacerlo, y fracasaría por su pusilanimidad, y habría sido aplastado una y mil veces por los Estados Unidos si no fuera por la protección invariable y perenne de los Señores de Schamballah.
«Así los Eternos Contendientes eligieron dos pueblos que serían preservados de la Destrucción y serían los vigías del mundo. El uno a las puertas de Rusia y de Europa y el otro a las de América. Nunca hasta ahora la Humanidad fue presa de tal manipulación psicotrónica.
«Precisamente, la evolución de la ciencia de la psicotrónica fue eficazmente anulada. Hoy en día, nadie toma en serio la telekinesis, la telepatía, la precognición, todo el complejo de conocimientos que, en los cincuenta, se llamaba parapsicología.
«Pero debo decirte que estas fuerzas, que son absolutamente naturales y que están en potencia en todos los mamíferos superiores, le fueron reveladas a los aliados, y también a nosotros, hacia el final de la contienda. Incluso recuerdo que habían empezado a ser eficazmente utilizadas con fines militares, y su uso debería haberse generalizado rápidamente a otras áreas si no hubiera mediado su voluntaria anulación.
«Son fuerzas tan naturales que el hombre del Neolítico las dominaba ya en grado sumo. Con el tiempo, con la seguridad que fueron adquiriendo nuestras vidas, estas facultades fueron tornándose inútiles, y se fueron olvidando.
«No es secreto que muchos místicos, sobre todo los budistas, alcanzaron desde hace mucho el dominio de ciertos estados alterados de conciencia. Estos son llamados “estado de alerta”, “vigilia lúcida”, y ocasionalmente “despertar”.
«Todo el secreto está en el stress. Es bien sabido que, por ejemplo, una madre que ve a su hijo bajo la rueda de un camión, levanta el camión con sus manos. ¿de dónde sale esta fuerza? Evidentemente, esa fuerza estuvo siempre en los brazos de esa mujer, pero en un estado potencial. Nunca la usó porque no tuvo necesidad de hacerlo, pero ahí estaba, por las dudas, para que cuando fuera útil se pudiera recurrir a ella.
«Con el cerebro pasa lo mismo. Todos saben que sólo usamos el diez por ciento del cerebro, y el noventa por ciento restante se encuentra ahí en un estado potencial, para ser usado ¿cuándo?
«Debes imaginarte al Hombre del Neolítico, antes del descubrimiento del fuego, la mayor parte de la existencia del hombre transcurre antes del descubrimiento del fuego, en una noche sin luna, esperando que los predadores nocturnos fueran a comérselo. En esas condiciones, ¿quién puede dormir? Imagínate vos en esas condiciones. ¿Cómo estás? Alerta, con todos tus sentidos concentrados, enfocados en la nada que te rodea, atento al menor ruido, al menor olor, a la menor señal proveniente de los otros hombres que te rodean. En estas condiciones, es este stress absoluto, el cerebro comienza a trabajar utilizando parte de ese noventa por ciento que comúnmente no se usa. Se adquiere una lucidez extraordinaria.
«Los místicos utilizan un método similar para entrar en trance. Enfocan todos los sentidos, en la oscuridad o con los ojos cerrados, en la nada que los rodea. Pronto entran en un estado de éxtasis, lo que ellos llaman “vigilia lúcida”, en donde todos los misterios de la naturaleza adquieren una simplicidad evidente. En este estado puedes comprenderlo todo, todo te resulta fácil y asequible. Estás utilizando tu cerebro en un treinta, treinta y cinco por ciento.
«El factor que falta es el terror. El terror te ayuda a entrar en ese estado de alerta, en esa vigilia lúcida. Por eso los hombres son tan adictos al terror, al peligro. ¿Te preguntaste alguna vez por qué la gente goza tanto al leer una buena novela de terror, al ver una buena película de suspenso, al subir a una montaña rusa? Porque en esos momentos de stress comienzan a usar, mínimamente, una parte del cerebro que en otros momentos no utilizan. Algunas hormonas se producen en el cuerpo y proporcionan placer a esta experiencia para prevenir la inevitable locura.
«El hombre del Neolítico, entonces, en ese estado de stress máximo, como la madre que ve a su hijo bajo un camión, comienza a usar una parte del cerebro que comúnmente no usaría. Sus sentidos se intensifican y su razonamiento se potencia. Es capaz de interpretar señales que lo preparan al ataque y a la defensa.
«Al profundizar este estado, al transcurrir la noche, nuevos sentidos acuden a él. Ahora es capaz de “ver” en la oscuridad, adquiere clarividencia. También es capaz de predecir el futuro inmediato, porque puede anticipar los movimientos del predador. Los sentimientos, los pensamientos y las sensaciones de los otros comienzan a serle propias. Comienza a establecer con los otros miembros de su grupo un contacto telepático.
«Si el hombre en cuestión está lo suficientemente evolucionado, y si es capaz de unir las fuerzas telepáticas y enfocarlas en común, puede mover objetos, puede poner barreras entre los predadores y él,  puede influir en la conducta de los animales y de otros hombres.
«Sin estas habilidades, los primeros hombres, naturalmente arborícolas, hubieran muerto rápidamente en las praderas.
«La atención enfocada, y el terror. Por eso las SS llevábamos la calavera como enseña. El terror era una parte de nuestra iniciación. Nuestro bautismo de sangre se llamaba “El Aire Denso”. Así como el feto se incuba durante meses en la seguridad del saco amniótico, pero al nacer se baña en sangre entre el sufrimiento y los dolores del parto, así el Hombre Nuevo debe recibir un baño de sangre y de dolor para poder volver a nacer. Es el Magna Mater.
«Pero no todos pueden tolerar este stress. Es dogma entre los místicos que, al ingresar a los estados alterados de conciencia, el intento puede pagarse con la locura. Y es lógico. No todos los hombres pueden someterse a una noche de terror absoluto y sobrevivir intacto. En eso se demuestra el estado evolutivo, el temple de cada uno.
«Pero el mundo se unió contra nosotros, el mundo de la superficie y también el mundo subterráneo. Cuando las fuerzas de Schamballah nos abandonaron, muchos dejaron de creer.
«Mientras los tanques rusos entraban en Berlín, yo atravesaba los Pirineos en un camión, custodiando una caja cuyo contenido ignoraba, de regreso de un pintoresco castillo español que se sostenía en la ladera de una montaña.
«Quiso la suerte, o el destino, que ocurriera un accidente. Creo que reventó una de las cubiertas delanteras, y el camión volcó. Salí despedido junto con la caja que custodiaba, y un soldado del grupo, que se desnucó al caer. El camión fue a dar al fondo de un hondo precipicio. Solo yo sobreviví.
«Pronto supe que el Reich había sido vencido. Un diplomático argentino en España propició mi huida a este país.
«Cuando llegué a Buenos Aires, vendí los tesoros que había robado. Ignoro qué habrá sido de ellos. Algunos eran muy poderosos. Mucho después sabría, por publicaciones, qué contenía la caja que custodiaba y que debía llevar a Berlín. Con mi pequeña fortuna malhabida, compré estas tierras y construí esta casa con mis manos. Esto ocurrió en 1946.
«Lo único que no pude o no quise vender fueron esos trece vasos de madera que viste en la vitrina de la salita. Los habíamos recogido, seguramente, del castillo español que ya te referí.
«Mucho medité sobre ellos. Pero mi fe había sido quebrada, y los supuse curiosidades sin valor. La presión psicotrónica también se ejercía, fuertemente, sobre mí.
«Con el tiempo, comprendí que se trataba de una reliquia judía. Más precisamente, intuí que esos trece vasos habían servido a un hombre y a sus discípulos, en la víspera de su Crucifixión.
«Yo había leído que la copa en la que bebió Jesucristo durante la Última Cena, más conocida como El Santo Grial, poseía virtudes poderosas y ocultas. Se hablaba de la curación de enfermedades, y de la juventud eterna.
«Una tarde, segando los pastizales, me infringí una profunda herida con la guadaña. Me curé como pude, detuve la sangre, pero al día siguiente una fuerte fiebre se había adueñado de mi cuerpo.
«Yo era un fugitivo, y no me atreví a buscar auxilio. Hacia la noche, comprendí que, sin atención médica, pronto moriría.
«Pensé en el Grial. Yo sospechaba que uno de esos trece vasos había sido aquél en el que bebió Jesucristo, pero ¿cuál? Uno de ellos estaba quebrado. ¿sería ese? ¿o tal vez ese sería el de Judas?, y de ser así, ¿cuál sería la consecuencia de beber en él?
«En mi delirio, tomé una decisión: bebería un trago de agua de cada uno de ellos, menos del vaso quebrado. Y así lo hice. Era la noche del 24 de junio de 1947.
«Desde entonces, no he vuelto a enfermarme, ni envejecí. Mi teoría es que ese vaso, sea cual fuere entre los doce, es un artefacto cargado psicotrónicamente por los sabios de Agarthi, para provecho de Jesús de Nazareth. Qué ironía que fuera yo, uno de sus enemigos declarados, quien se beneficiara de él, dos milenios después.
«Veo la incredulidad pintada en tu rostro. ¿Eres cristiano? ¿quieres probar un trago de esos vasos? »
Y rió con una profunda carcajada.
Yo estaba resuelto a no contradecirlo, a dejarlo hablar e irme lo más pronto posible de allí. Pero cuando depositó sobre la mesa, riendo como si estuviera borracho, los doce vasos, y les echó un poco de agua a cada uno, invitándome a beber, lo miré con asco y le dije que habría que ver si la batería ya se habría cargado, que me tenía que ir.
Interrumpió sus risotadas, y, con un gesto como de sorpresa, me acompañó al cobertizo. Conectamos nuevamente la batería, y, al primer intento, el Fiat arrancó perfectamente. Rudolf me saludó efusivamente, me invitó a volver siempre que quisiera charlar, y me despidió en la puerta, cuando ya me iba.
Como pude, salí a una ruta conocida, y volví a casa. Ese fin de semana no pude pasarlo con mis amigos.
Al cabo de unos días, me di cuenta que había quedado una extraña e ingeniosa herramienta, olvidada en el cofre del auto. Cuando mi padre la vio, tiempo después, se sorprendió y me dijo:
- ¿De dónde sacaste esta llave? Son raras. Estas llaves las llevaban los camiones alemanes, en la guerra. Nunca había vuelto a ver una de éstas desde entonces.
Seguramente, pensé, habría pertenecido alguna vez al padre de Rudolf.

Las cintas de Alejandro


In Memoriam


Don Guido


Uno

Catus amat pisces, sed non vult tingere plantas.
Proverbios de Heywood






M
e decido a escribir este informe, en parte por los insistentes y reiterados pedidos de mis amigos que conocieron el caso; pero principalmente para echar luz sobre este tema que ha sido tan manoseado por esa odiosa institución que en la Caja llamamos “radio pasillo”, el rumor.
No persigo interés literario alguno. Es más, no tiene ningún atractivo para mi recordar esta historia. Los que me conocen saben que escribo de noche y solo, y el horror que vivió mi familia este ultimo año regresa a mi mente y me eriza los cabellos (lo esta haciendo en este momento). Por lo tanto ruego al lector que disculpe el pauperizado estilo, ya bastante pobre de por si, pero mi deseo es terminar de una vez, que se lea y que no se sigan tejiendo historias, mas propias de un libro de Edgar Allan Poe que de la vida real.
Quiero ser lo más fiel que pueda a la verdad, y abundar en detalles me va a ayudar. Creo que todo comenzó en el mes de noviembre de 1982. Lamento no poder dar la fecha exacta, pero no importa demasiado. Fue en la época en que Alejandro B. (oculto los apellidos a pedido de los interesados. Creo que muchos los conocen, pero de todos modos me he propuesto respetarlo) compró los walk-man en la proveduría bancaria, que estaban baratos. Al final yo no pude comprarlos, no recuerdo por que. Pero no viene al caso.
Decía que Alejandro había comprado sus walk-man e iba a todos lados con ellos. Su hermano, que a la sazón trabajaba en Gas del Estado, también había comprado los suyos.
En ese entonces Claudia C., Claudia M., Alejandro y yo almorzábamos juntos. Yo no soy un estudioso de la parapsicología, pero siempre me interesó el tema, como a tantos. No recuerdo bien de que forma ese mediodía nos pusimos a hablar de fenómenos parapsicológicos.
Fue entonces que Alejandro nos dijo:
      Les voy a contar una cosa que le pasó a mi hermano que los va a dejar helados. No me crean si no quieren, pero les juro que todo pasó tal cual. Lo único que les voy a pedir es discreción.  
Ustedes saben que él se compró los walk-man conmigo. Los días de su vida son así. El llega a la mañana a la oficina, abre el cajón del escritorio, que tiene una sola llave y la lleva siempre encima; saca los walk-man, se enchufa los auriculares, pone un cassette, y se pasa el día escuchando música. Cuando se hace la hora de irse, vuelve a guardar los cassettes y los walk-man en el cajón, lo cierra con llave y se va. Todos los días lo mismo.  
El viernes pasado estuvo todo el día escuchando un cassette de Bee Gees. El cassette estaba perfecto. Cuando llega la hora, lo guarda bajo llave y se va. Al lunes siguiente, cuando llega, abre el cajón, que estaba intacto, vuelve a poner a Bee Gees y lo escucha. Cuando está por terminar la penúltima canción, el cassette empieza a fallar. Se escucha como entrecortado, o sea. Se asustó el chanta porque pensó que se le estaba estropeando el walk-man. Cuando estaba tratando de arreglarlo, entra a escuchar la voz de un chico que habla o canta en inglés.
Sabés como se puso. Blanco. Por ahí se corta y sigue Bee Gees. Éste sigue escuchando, pero ya no le gustaba nada. y en la última canción, de nuevo. Mirá, tenés que escucharlo. El pibe canta, dice bap bap, que se yo. Te lo cuento y se me pone la piel de gallina, loco.
      ¿Vos escuchaste el cassette?
      Si, lo tengo en casa.
      ¿Y tu hermano?
      Mirá, cuando terminó la canción sacó el cassette y no lo volvió a escuchar nunca más. Esa noche lo trajo a casa. No quiere saber más nada.
      ¿No puede ser una broma?
      Puede, pero no me imagino cómo. Además el cajón estaba intacto. Estaba todo como lo dejó él. Aparte ¿para qué? El no se mete con nadie, encima no es un tipo que le puedan hacer efecto esas bromas. Ya ves, largó el cassette y a otra cosa, se olvidó.
      Además, que macabro.
      Si yo hiciera una broma de ese tipo, con todo el montaje que debe tener, no me limitaría a decir cosas ininteligibles en inglés. Diría algo dirigido a él, no sé, una amenaza. Una referencia al fin del mundo, que se yo.
      Si, bien creíble...
      Bueno, o algo que por lo menos se entienda.
      Decime, Alejandro –le dije, maldita la hora–, ¿tenés algún inconveniente en traer mañana el cassette para hacérmelo escuchar?
      Ningún drama.
Espera. Al día siguiente escuchamos todos el cassette en los walk-man de Alejandro.
Fue realmente impresionante. Tal como nos había anticipado, hacia el final de la penúltima canción, empieza a escucharse en forma entrecortada, como si hubiera un falso contacto en la salida. De pronto, la voz del chico. Es indudable que es inglés, aunque no se entiende nada. el mismo proceso a mediados de la siguiente canción.
Yo había leído que algunas canciones –en este momento sólo puedo recordar Revolution N° 9, de Lennon/McCartney–  escuchadas al revés, o sea corriendo la cinta para atrás, decían frases comprensibles, generalmente con referencias satánicas o cosas así. La onda “punk”. Tuve la intención de probar con esa cinta, a ver si al revés se podía entender lo que decía el pibe. Le pedí a Alejandro el cassette y me lo prestó.
Esa noche, en casa, me propuse investigar a fondo la grabación. Primeramente, traté de reproducir un posible trucaje en la cinta.
Sabido es que los cassettes grabados no admiten una grabación superpuesta. Esto se debe a los orificios que a tal efecto poseen en el borde posterior.
El truco es simple: poniendo una cinta adhesiva sobre el orificio se puede grabar como en un cassette virgen.
Lo difícil es grabar sin borrar lo anterior.
Tuve la suerte de que Carlos, mi cuñado, mas ducho que yo en estos temas, estuviera casualmente conmigo esa noche para ayudarme en el examen.
Hay varias formas de grabar sin borrar lo anterior. Creo que esa noche las probamos todas.
La primera fue introducir un papel entre el cabezal borrador  y la cinta mientras se graba. El resultado es que baja el volumen de lo grabado anteriormente, aunque no “chisporrotea”. Una que no.
Probamos obstruyendo el cabezal borrador con diferentes materiales: papel metalizado, lana de vidrio, una hoja de afeitar, plástico, goma, etc. Sostuvimos el cabezal borrador con el dedo, haciéndolo temblar. El “efecto chisporroteo” no se pudo lograr.
El veredicto fue el siguiente: la única forma de lograr el efecto es regrabar el cassette a través de un mezclador que tenga una entrada para el micrófono y otra para la canción original, dotada esta última de un pulsador o algo similar que produzca el “efecto chisporroteo”. Demasiado complicado para ser de manufactura casera. Se debe poseer una tecnología que no está al alcance de todos, y montada ex profeso para ese fin.
Una vez descartado el fraude, había que descifrar el mensaje. Coincidimos con Carlos en escuchar la cinta para atrás (creo que él había leído el mismo artículo). Como no disponíamos de un grabador de cinta, lo dejaríamos para el día siguiente.
Convinimos en que yo trataría esa noche de ecualizar la grabación de modo de obtener una copia con la voz del chico lo más filtrada posible. Obtuve algunas bastante buenas, que son las que hoy poseo.
Después que hube hecho esto –ya Carlos se había ido– escuchamos el nuevo cassette con Cristina, mi esposa. Entre los dos creímos entender algunas palabras en el inglés del chico, por lo que comprendimos que la grabación estaría al derecho, y que sólo era necesario escucharla detenidamente para descifrarla. Cuando Cristina se fue a dormir al nene, me aboqué a la tarea. El resultado es el que sigue.
La grabación sobre la penúltima canción dice:
Hey, look at fish (face), that fish. If (indescifrable) nobody´s go any her home. Under (di? to him. One, three on. Up to (chim? the child, and would be should. The (chick?, no he. The (kiub? you, he. They are look at fish. The (chick? look.
Hasta aquí, totalmente incongruente. Un pez, símbolo cristiano. Si algo pasa, nadie irá a su casa. Los niños, ellos miran al pez. No se entiende nada.
Al descifrar la grabación sobre la última canción, algo se aclara. A poco de correr la cinta, uno se da cuenta de que el chico canta la misma canción. Como para que al que la escuche con atención no le queden dudas. Como para asegurarse de que su mensaje llegaría a destino.
Lo que dice, o lo que creí entender, fue esto:
Hey, look at fish, that fish, look him. Nobody´s go any her home. Under is the fish. One, three, on. Up to (chim? the child, and would be should. The child look fish, the child look fish. They are look at fish, the child look him. (es notable observar que el tono de voz fue hasta aquí inexpresivo, tal vez alegre. La melodía, simple y monótona, puede compararse a alguna canción infantil. Las frases que siguen son dichas con una voz mas grave, sentenciosa. La melodía, siendo la misma, adquiere un tono mas severo, como si pasara de la escala mayor a la menor. Aprovecho para decir que yo me encontraba bastante contento y entusiasmado, dado que –aún con un pésimo inglés, evidente hasta para mí– se podía notar una cierta lógica en las frases, una cierta correlatividad. Lo que sigue, en cambio, me espantó) They (kitch? the boat. The boat is the dead. (tarareo triste) and I bup, bup, bup, bup. Blood (glub). Air. Dead.
         La piel se eriza desde las piernas hasta la nuca. Se siente un hormigueo en la espalda, en los brazos, en el mentón. Las últimas palabras las escribí sin verlas, ciegos mis ojos por las lágrimas. Sentí que ese chico ahogado estaba conmigo en ese momento. Que me hablaba a mí. Que me gritaba en los oídos. Sentí horror, y también piedad. Y compasión. Y miedo.
Fui como pude hasta la cama. Cristina se había dormido al lado del nene. La desperté llorando. Le conté lo que escuché.
      ¡Es horrible!... –me dijo.
Lloramos juntos. Creo que esa noche nos dormimos abrazados, llorando.


Dos


“Nuestros antepasados habían descubierto el arte de crear dioses. Construyeron estatuas, ... llamaron a los espíritus de los demonios y de los ángeles, y los introdujeron ... en las imágenes, de modo que estas estatuas recibieron el poder de hacer el bien y el mal.”

ASCLEPIUS, siglo I AC



E

s vano relatar el efecto que causó en mis amigos la traducción de la cinta. Sólo quiero mencionar que compartieron el horror. Le expresé a Alejandro el deseo de investigar el cassette hasta llegar a aclarar su origen, a lo que no se opuso, con la salvedad de no molestar a su hermano, y le devolví el original.

Esa misma tarde fui con mi copia ecualizada a ver a una conocida, María Angélica, estudiosa de la parapsicología, y casada con un ingeniero electrónico, con la intención de que hicieran un doble análisis del fenómeno. Me interesaba especialmente el veredicto del marido, y también su opinión sobre el tema.
Al día siguiente me devolvió el cassette, con una palabrita nueva: psicofonía. El análisis del marido coincidía con el nuestro, y también su dictamen. Pero ella opinaba que la grabación habría sido realizada por el mismo hermano de Alejandro, en un fenómeno parapsicológico con bastantes precedentes. Me contactó con una tal Luisa, médium o algo así, con actuación en el Instituto Argentino de Parapsicología.
Mi conversación con ella fue estéril. Se limitó a contarme detalladamente las psicofonías que recordaba, habló levemente de la posibilidad de que fuera un ente espiritual, y pasó a contarme historias muy interesantes pero que nada aportaban al tema.
Yo tenía la intención de hacer un estudio serio del asunto, pero no encontré plafond. Una a una, como suele suceder, las personas que originalmente habían tenido interés en el tema lo fueron perdiendo, y yo quedé solo con mi cassette. Acabé por guardarlo como recuerdo de un misterio sin solución.
Recuerdo que fue una mañana, en el colectivo, cuando decidí abandonar la investigación. Creo recordar que pensaba que tenía en mi poder una bella pieza de colección que mostrar a mis invitados, después de la cena.
Esa misma mañana, un rato más tarde, en el tren me encontré con un señor cuyo nombre nunca conocí, que viajaba a veces conmigo y con el que charlaba, casi siempre de política. No puedo recordar de qué forma nos conocimos.
Habíamos estado conversando de nuestro tema habitual, cuando, casi al final de nuestro viaje, me preguntó:
      Che, decime, vos que sos joven y estás en la onda, ¿qué es ese artefacto que lleva el pibe aquél en la cabeza? – señalando a un muchacho con unos walk-man.
      Es una máquina para no pensar –le dije, en tono de confidencia– Está ideada y distribuida por los Hombres Dominantes del Mundo para impedir que las nuevas generaciones tengan tiempo de ver la realidad –Yo, en verdad, quería seguir hablando de política.
Y me dijo a boca de jarro:
      ¿Vos creés en el esoterismo?
Juro que este hombre nunca tuvo ninguna conexión con nadie que conociera la historia del cassette. Su pregunta, tan al tema de lo que me pasaba, y preludiada por una referencia a unos walk-man, no pudo dejar de impresionarme.
Creo que balbuceé una respuesta vaga a lo que me preguntaba, y pasé sin transición a contarle todo lo referente a la cinta, expresándole mi asombro por una pregunta tan oportuna, justo el día en que había decidido abandonar mi investigación personal.
Lo que me contó fue vivido por mí como en un sueño. Es notable como todos convivimos con submundos cuya existencia desconocemos, que coexisten con nosotros y nos rodean, cuyos habitantes frecuentamos a diario y se confunden con nuestros iguales. Me ha pasado varias veces tratar en una ronda de conocidos, generalmente compañeros de trabajo o de viaje, temas extraños como el alpinismo, y descubrir con asombro que uno de los circunstantes es o fue alguna vez alpinista. A veces me pregunto quiénes son la mayoría, si los “normales” o los que pertenecen a sectas, hermandades, agrupaciones más o menos herméticas, logias, asociaciones o clubes.
El hombre del tren pertenecía a una logia hermética que estudiaba las ciencias ocultas, algo así como la Golden Dawn o la masonería en sus principios. Me contó con mucho recato sus actividades, o lo que podía contar de ellas, dado que todas esas agrupaciones tienen secretos que sólo comparten los iniciados.
Pero no dejó de contarme que él era perseguido desde hacía años por una entidad demoníaca que pretendía hacerle daño. No me dijo por qué –tal vez no lo supiera–, pero me pudo contar cómo varias veces en el curso de su vida ese demonio menor había intentado matarlo, cómo lo había enfrentado en Egipto y de qué forma había llegado a sus manos una representación de esa deidad, en la India.
La conversación prosiguió, sin notarlo casi, en el subte, y cuando me despedí de él me rogó que le prestara el cassette para estudiarlo con sus hermanos, como él los llamaba. Le prometí prestárselo y me bajé, con una sonrisa en los labios y la convicción de que en Buenos Aires ya hay tantos locos como en las ciudades más desarrolladas, lo que es un síntoma de desarrollo.
Volví a encontrarlo casi todos los días, y si bien esto no era lo que yo llamaba “un estudio serio”, cedí a su insistencia y le presté el cassette, sin ninguna esperanza, pero por generosidad.
Me lo devolvió a los tres días. Se encontraba bastante entusiasmado con el cassette, y me demostraba resignación, como esos políticos que se avienen a hacer lo que en realidad deseaban hacer.
      Los hombres tienen su destino atado al cuello como una piedra de molino – me dijo, parafraseando no se qué –. Es el mismo demonio de que te hablé. Ahora conozco su voz.
La conversación versó ese día en las diferentes formas que tienen los demonios de matar a la gente. El me explicó, y yo ya sabía por el cine, que la forma más común es quebrarles el cuello. Yo insistí con sadismo en el tema, sabiendo que para él era como hablar de su propia muerte. Pero yo no podía dejar de tomarlo como algo más bien pintoresco, como una fábula o, en realidad, como un mecanismo psicológico de autovaloración, algo así como decir “yo soy importante para alguien, alguien está interesado en mi”, aunque sea para matarlo. Pero por supuesto que no se lo demostré en todo el viaje. A los locos hay que seguirles la corriente.
Le di manija al pobre hombre hasta que llegamos a destino. Cuando nos despedimos me contuve para no hacerle una broma macabra al respecto, como “cuídese de andar de noche sólo por los cementerios” o algo por el estilo. Pero el pobre tipo me tenía como cariño. Será porque yo lo escuchaba.
      Tené cuidado con ese cassette – me dijo –. No lo investigues sólo. Hay fuerzas que la gente no conoce, y que desatadas pueden resultar fatales para el que no sabe manejarlas. No pierdas nunca un hilo de Ariadna con el mundo tetradimensional. Y si querés investigarlo, hacelo, pero nunca sólo. Acercate a algún grupo, a alguien que sepa. Y tené cuidado con el Demonio. Yo sé que vos no creés en él, pero existe. Y tiene el poder de hacer daño. Te deseo que seas muy feliz.
Se despidió de mí como si fuera la última vez que nos veríamos. Y de hecho, no lo volví a ver.




Tres
“... y sólo del misterio se tiene miedo. Es preciso que no haya más misterios.”

VUELO NOCTURNO – Antoine de Saint-Exupery


A

quí se produce un “bache” en la historia. Desde mi encuentro con “el esotérico”, a fines de enero de 1983, hasta mediados de junio de ese año, no se volvió a tocar el tema, mas que como alusión interesante. Yo tenía mi “pieza de colección” entre mis cassettes con discursos y voces familiares.

En el mes de febrero de 1983 fue cuando nos mudamos a la nueva casa (Es por eso seguramente que se abandonó el tema). Nazareno –mi hijo– comenzó a caminar a poco de estar en casa, y se vivía un clima de intensa felicidad.

Fue una noche todavía calurosa, cuando Cristina se despertó sin razón aparente, y notó una luz que venía del living. Tras vencer el primer impulso de seguir durmiendo, se levantó a apagar lo que suponía la lámpara. Al cruzar la puerta del living, descubrió que lo que ocurría era que la puerta de calle se encontraba abierta de par en par. De inmediato corrió a despertarme.

Con cautela, ante la posibilidad de ladrones, me acerqué, cerré la puerta con llave, prendí la luz, y tras revisar toda la casa, y notar que todo estaba intacto, nos preguntamos mutuamente qué había pasado. Los dos recordábamos perfectamente que la puerta estaba cerrada con las dos llaves antes de irnos a dormir. Un misterio sin solución aparente. Decidimos dejarlo para el día siguiente y volver a la cama.

Con el desayuno analizamos detenidamente la cuestión.

Primera hipótesis: un ladrón abrió la puerta desde afuera; al entrar descubrió que estábamos nosotros y escapó sin cerrar la puerta para no hacer ruido.

Es bastante improbable. La puerta de mi casa es de las del tipo que no tiene pestillo del lado de afuera; por lo tanto, sólo se puede abrir con la llave o con una ganzúa. Convengamos en que la puerta estaba sin llave –¡pero nunca abierta!– y que el tipo abrió con una ganzúa, lo que ya es bastante difícil de hacer sin que lo vean. ¿Qué detiene a ese hombre, después del trabajo que se tomó, a sustraer algo de valor aprovechando la impunidad de nuestro sueño? ¿Qué le hizo pensar al ladrón que nosotros no estábamos, siendo un día de semana, y durmiendo con la ventana abierta? ¿Quién se toma el trabajo de abrir una puerta con una ganzúa, para huir luego porque los dueños de casa están durmiendo –como es lógico, por otra parte–? Si yo, ladrón, quiero entrar a una casa y no quiero enfrentar a los dueños, averiguo primero fehacientemente si ellos no están. Descartada.

Segunda hipótesis: La puerta no estaba cerrada, sino solamente entornada, y se abrió con el viento.

Esto obligó a una comprobación in situ. Es imposible arrimar la puerta de modo que no entre una hendija de luz, sumamente visible. Hubiera saltado a la vista que la puerta estaba abierta. Además, la menor brisa la abre o la cierra. Descartada.

Tercera hipótesis: Nazareno se levantó en sueños, abrió la puerta y se volvió a acostar.

Bastante difícil de por sí que Nazareno abra una puerta. Pero aún suponiendo que lo hiciera, ¿cómo diablos hizo para volver a subir a la cama? Descartada.

Cuarta hipótesis: Cristina o yo somos sonámbulos, o ambos.

Nunca lo fuimos. ¿Podemos descartar?

Resultado: misterio insoluble, si no contamos el sonambulismo, un temblor de tierra, un campo magnético enorme, un ovni o un fantasma.

La opción del fantasma fue la que más nos gustó, y tras solicitarle respetuosamente que en lo sucesivo atravesara las paredes como suelen hacerlo los de su especie, tomamos la precaución de revisar dos veces antes de irnos a acostar.

Creo que fue esa misma semana, o la siguiente, que estando Nazareno jugando en su pieza, y Cristina planchando en la cocina, corrió espantada ante los gritos desesperados del nene.

A Nazareno no le pasaba nada. Es decir, estaba muy asustado, lloraba y se abrazaba a Cristina, pero no tenía señales de que le hubiera pasado nada. Sólo que Cristina, tal vez motivada por el affaire de la puerta, “sintió” una presencia en ese cuarto. Levantó al nene, con la impresión de ser observada, y lo llevó con ella, con la idea de no volver a dejarlo jugar sólo.

Cuando me lo contó, le expliqué que es muy común que los fantasmas asusten a los chicos, pero sólo el primer tiempo, hasta que se encariñan con ellos. Después juegan, los cuidan, cuando son grandes les hacen los deberes, y se ha sabido de casos en que hasta les cambian los pañales, lo que es una gran ayuda. Cristina coincidía conmigo en tomar este tipo de cosas a broma, pero las mujeres siempre tienen una tendencia a ser menos escépticas que los hombres. La duda estaba.

Hubo otras cosas: pequeñas desapariciones de objetos, que aparecían en lugares insospechados, sombras que se veían en momentos de distracción (en realidad no eran sombras; eran como luces, no luces brillantes, sino como objetos iluminados que se veían con el rabillo del ojo, pero que al observar ya no estaban). En fin, todo hacía sospechar que “no estábamos solos”.

De todos modos, había que dar una respuesta racional a lo ocurrido: stress, sin duda, olvidos, alucinaciones, todo producto del cansancio mental que ambos teníamos. Decidimos postergar ciertas ocupaciones, darnos más tiempo para nosotros, y salir un poco más.

Fue a mediados de junio, decía, que se nos ocurrió comentar en la casa de mi hermana, Isabel, que teníamos un fantasma que nos cuidaba la casa en nuestra ausencia. Nosotros lo decíamos a tono de broma, pero ella y su marido, Daniel, lo tomaron bastante en serio.

Yo no podía creer que dos personas cultas, dos profesionales, tomaran en serio historias de fantasmas y aparecidos, dignas más de fogón de campamento que de sobremesa familiar. Pero ellos lo tomaban en serio, nomás. Yo no negaba la vida trascendente, pero opinaba que a las almas les interesaría más otras cosas que andar espantando. Además hay una cuestión física, de comunicación, insalvable.

No podía perder una oportunidad como esa para contar el caso de la cinta de Alejandro. Increíblemente, me enteré que nunca antes se los había contado, y que nunca habían tenido el honor de escuchar mi cassette. Tenían un casi ofensivo desconocimiento de mi colección de grabaciones. Quedamos en una inmediata visita a casa, donde yo les haría escuchar unas cuantas.

Vinieron a la semana siguiente. De sobremesa, ya los chicos dormidos, acerqué el grabador a la mesa con la lata de cassettes, y les hice escuchar grabaciones familiares, el discurso de Balbín cuando murió Perón, la serie de comunicados de la guerra de las Malvinas, y algunos más que no recuerdo, dejando a propósito para lo último el que yo sabía que les interesaba más: el de Alejandro.

Por fin, lo anuncié teatralmente, y me dispuse a pasarlo. Recuerdo que alguien   –creo que fue Daniel– habló de una presencia en la habitación.

El cassette comenzó a correr. Sonaba el tema de Bee Gees. De repente, se empieza a entrecortar, y recuerdo las manos de la pareja que se tomaron, mientras Daniel se inclinaba para oír mejor. La voz del chico empezó a sonar, y yo subí el volumen. En ese momento las luces se apagaron, y el grabador se detuvo. De inmediato pensé en un corto circuito en el grabador, y tiré instintivamente del cable. Al hacerlo, noté que la habitación estaba iluminada por una luz pálida, que provenía de los tubos fluorescentes de la difusa. Me indicaron, no sé cómo, el tubo del televisor, que emitía luz. De pronto, volvimos a escuchar la voz del chico, esta vez sin Bee Gees. Decía, cantaba en realidad, “Mabels, mabels, mabels... mabels, mabels, mabels...” Cristina me abrazó. Fue la única que se movió; los demás estábamos absortos, despavoridos es la palabra, mientras la voz seguía diciendo “mabels, mabels...” en un tono cada vez más fuerte. Creo que fue Isabel la que gritó.

De repente todo cesó. Volvió la luz normalmente, la heladera a funcionar, los tubos a parpadear. En ese momento notamos el llanto de los chicos, desde la pieza.

Estaban los dos despiertos, mejor dicho despertados, porque de inmediato se volvieron a dormir. Tal vez los despertó el ruido.

Isabel y Daniel abrigaron a la nena, y se pusieron los sacos mientras no cesaban de hablar. Recuerdo que yo les pedía disculpas, tan confuso me encontraba. Ellos me decían, con ese encanto del que da consejos sin que se los pidan, que debíamos vender la casa, quemar el cassette, exorcizar el grabador, y bautizar el televisor.

Si mi intención era impresionarlos con mi colección, no cabe duda que en esa ocasión lo hice. Se fueron deseando no haber venido.

Cuando nos quedamos solos, Cristina y yo nos abrazamos y nos pusimos a reír. Es que la situación se había vuelto realmente cómica. Pero quedaba un misterio impresionante por resolver por nuestras mentes investigativas. Un desafío.

Primero que nada ¿qué había ocurrido con la luz? Parece que el corte de luz tuvo que ver realmente con la experiencia, porque al grito de Isabel todo volvió a la normalidad.

Un poco de experiencia con fenómenos eléctricos me hizo pensar en un gran campo magnético que hubiera interrumpido el fluido. Era una opción bastante probable, dado que los tubos fluorescentes y el tubo del televisor se encendieron, como es lógico si los rodea un intenso campo magnético. De inmediato miré mi reloj electrónico: marcaba las doce y veintidós minutos del día primero de enero de 1977, lo que pasa siempre que se detiene y vuelve a arrancar –por ejemplo, cuando le cambio las pilas-. Era indudable que se había detenido veintidós minutos atrás, por la misma causa que detuvo todo lo eléctrico de la casa.

De pronto, horrorizado, salté del sillón y corrí hasta mi colección de cassettes     –¡estarían todos borrados!–  Afortunadamente, hacía tiempo que había tomado la precaución de guardarlos en una lata metálica y no en una cassettera común, justamente para protegerlos de los campos magnéticos. Aunque nunca pensé que podría exponerlos a uno tan intenso. Tampoco recuerdo en qué momento ni por qué razón tapé la caja. Supongo que debe haber sido parte de la presentación de la cinta de Alejandro.

Tampoco ésta había sido borrada, y esto sí que es raro dado que estaba puesta en el grabador. Tal vez la protegió la estructura metálica del grabador, o tal vez el fantasma no me quiso privar de ella. Y ya estoy aceptando abiertamente su existencia.

Por otro lado ¿qué significa “mabels, mabels”? tal vez Mabel, un nombre (sugestivamente, la hermana de Cristina se llama Mabel). Pero, en español, Mabel se acentúa en la e –el fantasma acentuaba la a–, y en inglés se pronuncia Meibel.

Nos costó un rato bastante largo comprender que lo que el fantasma decía era bubbles, bubbles, burbujas, burbujas, una obvia referencia a lo último que vio en vida.

Una cosa era indiscutible. El fantasma existía. Y se quería comunicar con nosotros. Era posible propiciar esa comunicación, y más esa noche que “andaba en las cercanías”.

Decidimos que el mejor método era el tablero Ouija, más conocido por “el juego de la copita”. Yo lo había jugado una vez, y tengo una interesante experiencia.

Era gracioso vernos bordear el tema, eludirlo, posponerlo, sopesar posibilidades, en realidad por puro miedo. Bela Lugosi pisó fuerte en nuestra juventud.

Por fin nos decidimos. Desparramamos las letras del Scrabel sobre la mesa, escribimos los números, el sí y el no en papelitos, y elegimos una copa liviana, como para no andar cansado al fantasma.

Nos sentamos enfrentados, la copa entre ambos, los índices extendidos señalándola, la vista reconcentrada en su brillo. Y el silencio.


Cuatro
“No bien el rostro sombrío
de aquél hombre mudos vieron,
horrorizados, sintieron
temblar las carnes de frío.”
SANTOS VEGA – Rafael Obligado

L
os que nunca jugaron al juego de la copita, deberían realizar alguna vez esta interesante experiencia telekinética. Se debe desparramar un abecedario, un sí, un no y las diez cifras en círculo en una mesa, ubicar en el centro del círculo una copita pequeña (por el peso) boca abajo, y señalarla con el dedo índice extendido, sin tocarla. Y concentrarse.

Al cabo de un rato más o menos largo según la suerte de cada grupo la copita se empezará a mover, formando con las letras palabras o frases, provenientes seguramente del inconsciente de alguno, dado que la copa se mueve por la fuerza telekinética de alguno o algunos de los jugadores.

Los entusiastas de este juego afirman que el que escribe es en realidad un fantasma que acude a mover la copa. Se dice que pueden hacerse preguntas (de ahí que se pongan un sí y un no), pero mi experiencia es que la copa se mueve –cuando se mueve– tan lentamente que es imposible mantener un diálogo.

Se crea lo que se crea, la experiencia de concentrarse sin pensar en nada          –olvidaba lo más importante: no pensar en nada– es sumamente interesante.

Decía que esa noche nos sentamos, Cristina y yo, uno a cada lado de la mesa, señalando casi acusadoramente a la pequeña copa que centraba el círculo de plástico y papel.

El tiempo transcurre insensiblemente. La copa, al cabo de un tiempo, se bordea de luz, y adquiere una imagen irreal. De afuera hacia adentro el círculo de visión empieza a poblarse de imágenes hormigueantes, de corpúsculos de luz que se mueven haciendo desaparecer toda visión, excepto la copa tras la imagen duplicada de mi dedo.

Este juego siempre se rodea de una atmósfera de misterio in crescendo, pero en esta ocasión en particular, dados los antecedentes que se vivieron, era inevitable que las imágenes amorfas que circundaban la copa confluyeran a formar demonios míticos, aquelarres medievales, las más autóctonas salamancas, caras monstruosas de las que mi imaginación suele ser avezada autora, y otras alucinaciones más o menos por el estilo.

La copa baila a cada movimiento de los ojos, y el temblor imperceptible del dedo adormecido ayuda a ocultarla a veces, dando la sensación de un movimiento deseado y temido que en realidad no existe.

Así gotean los minutos llenando las horas. Entre rostros cabríos de ojos como brasas, y procesiones de sombreros tricornes, y sierpes, que se deslizan alrededor de la única triunfante, la copa inmóvil, la de cristal indestructible y con luz propia, vencedora como el gusano de Poe o la urraca de Shakespeare. Oyendo –ya a esa altura– como un fondo indescifrable miles de voces murmurando nombres impíos por debajo del zumbido insoportable del silencio.

Y de pronto, el estallido atronador en la cocina. Nos encontramos ambos, de pie al costado de la mesa, inmóviles, mirándonos fijamente a los ojos desmesuradamente abiertos, las orejas muy atrás, los brazos erizados, los pulmones repletos de aire que no puede salir. Tragué saliva, y dije con un hilo de voz:

      Yo voy.

Abrí de un tirón la corrediza, los párpados temblando.

Y vi la pila de platos, desparramada en fragmentos sobre la mesada y el piso.

      Esto así no va –me dijo Cristina– Estamos haciendo algo mal. ¿Qué hora es?

      Las tres y treinta y cinco. Pero tengo mal el reloj. Hará dos horas que estamos...

      Y el fantasma éste no aporta. Estaba pensando ¿si ponemos el cassette?

Gran idea. Llevé la lata de cassettes al dormitorio –por las dudas–, y pusimos el grabador sobre la mesa, con la cinta del chico.

Convinimos en que lo mejor sería concentrarnos un rato con la copa, y en el momento en que ya nos sintiéramos psíquicamente “en clima”, uno de los dos encendería el grabador.

Tras un rato relativamente corto, Cristina –debería preguntarle si fue ella. Yo no fui, estoy seguro– echó a correr la cinta.

Ya estábamos preparados para cualquier cosa, de modo que no recibimos con extrañeza la sensación de frío viscoso que crecía a medida que avanzaba el cassette, la sensación de ahogo que culminó finalmente con la lenta rotación de la copa, acompañada al principio por nuestros dedos, y luego sola, deslizándose cada vez más rápido por la mesa, como si su cavidad exhalara un gas denso que la hiciera flotar.

      Ese ... Pe ... –Cristina puso en mis manos virome y papel, que quedaron a mano al preparar el Ouija.

SPECTA MEI CORPUS SPECTA MEI CORPUS NON VIDIT QUIN SANGUINE PROPERATUM NON IMPORTA FRIGUS EST IDEM EST IDEM QUIN SIS FRIGUS MANUS IDEM VISUNTUR SOL NON EFFICIIT LUX ATRA NON CADERE LACRIMAE AUDER NOSTER DENTIS AUXILIA ME

¡Latín! Yo no hablo latín, tan sólo tengo una vaga noción. Pero era necesario preguntar, no sabía si tendría otra oportunidad como esa en la vida. Lo primero era saber de qué época era el fantasma.

      ¿Quandiu? (¿durante cuánto tiempo?)

      DECEM ANNOS VIXI – Diez años... ¿van? ¿vi? ¡Viví!

      ¿Quando? ¿Quando?

      EXITU AETATIS PUERILIS – No entendí, y volví a preguntar.

      ¿Quando interitus? (¿Cuándo moriste?)

En ese momento la copa tembló, y puedo jurar que la mesa también. El ambiente se volvió más denso, más insoportable aún, mientras la copa deletreaba velozmente NON SUMMUS MORTUS, para inmediatamente saltar al piso, tras describir una parábola, y estrellarse.

La tensión del ambiente cedió de golpe, y sentimos que nos quedamos solos. Es difícil de explicar, pero de pronto fue como si se descomprimiera la habitación, o como si se silenciara un sonido muy fuerte. Lo que prima es la sensación de haberse quedado solos.

      No sabía que hablaras latín –me dijo Cristina.

      Porque no lo hablo. No hubiera sabido qué preguntarle después ¿Por qué latín? ¿Quién es este pibe? Inglés, latín... ¿un cura inglés? –dije, mirando el papel. En particular la palabra summus.

      Un cura de diez años –me dijo Cristina, y yo tampoco sabía que ella hablara latín.

      “No estamos muertos” ¿Estamos? ¿Por qué no dijo “no estoy muerto”?

Y nos pusimos a traducir. Aparentemente dice:

Mira mi cuerpo. Mira mi cuerpo. No ves que la sangre corre rápido. No importa el frío. Es igual. Es igual que sea frío. Las manos igual se ven. El sol no hace efecto. Luz negra. No caen lágrimas. Escucha nuestros (!)  dientes. Ayúdame. –¿Durante cuanto tiempo?– Viví diez años –¿Cuándo? ¿Cuándo?– Al salir de la infancia.   –¿Cuándo moriste?– No estamos (!) muertos.

      Parece que a este fantasma le da lo mismo usar el plural que el singular –le dije a Cristina, indignadísimo por la ligereza con que este chico usaba los pronombres.

      Diez años... pobre criatura. Y habla del frío. “Escucha nuestros dientes”. pobrecito

Cristina lloraba. Y yo pensando en las conjugaciones.


Cinco

“– Decidme, pues –le respondí–: ¿Qué hay que hacer para triunfar?

Entonces me reveló todo el misterio y me mostró que nada era más sencillo”

ESTEGANOGRAFIA – Abad Tritemo (1462-1516)


D
esde ese día vivía con la frase en latín en el bolsillo, pendiente de encontrarme con alguien que supiera latín para pedirle que me la traduzca. La oportunidad se dio un mes más tarde, cuando me encontré con el padre Bernabé M. (SJ), un amigo de años, en la casa de un amigo común.

Tras los prolegómenos del caso, le estiré la copia.

      Me parece un pésimo latín – me dijo.

      Tampoco sabe hablar inglés – le contesté, pero pensaba en voz alta.

      No sé si me entendés. Me parece el latín que vos sos capaz de hablar.

Sugería que yo había escrito la frase.

      ¡Osás ofenderme diciendo que es un fraude urdido por mí! –le dije, ofendiéndome en broma

      No... Lo que te digo es que lo escribió tu inconsciente por telekinesis. Es el mismo caso que la cinta. La escribió tu amigo por psicofonía. Es una experiencia bastante linda. Te felicito.

Este cura burlón. Pero siempre te canta la justa.

Hablamos largo esa noche sobre el asunto éste. Se interesó de veras cuando le conté cientos detalles (¡si recordara cuáles!). Ahí empezó a tomar la cosa con más seriedad.

Me hizo algunas sugerencias, después me exhortó directamente a que me dejara de joder (sus palabras) con el tema, y terminó por ofrecerse para exorcizar mi casa.

      Pero escuchame –le dije– ¿vos creés en serio que puede tratarse de una entidad demoníaca?

      No sé. –lo dijo para no asustarme, si lo conoceré– Un Angel del Señor no es. Yo andaría con cuidado.

Me metió miedo el curita. Pero decidirme a exorcismos y esas cosas de película... Y al fin y al cabo el pibe no me había hecho nada.

Le conté a Cristina lo que hablé con Bernabé, y, para mi asombro, no aceptó la idea del exorcismo, diciendo lo mismo que yo acabo de escribir, que el fantasma no nos había hecho nada más que romper una copita que no valía tanto. Y poniendo énfasis en dos palabras latinas que parece que la perseguían: AUXILIA ME.

El tiempo que siguió después fue como una pesadilla. Era una cosa diaria, diría, que pasara algo extraño, como cosas que se caen sin razón aparente, “presencias” que se sienten, puertas que se abren sin viento.

Era una cosa de estar mirando televisión, con el nene jugando y de pronto empezar a ponerse nerviosos, empezar a sentir este frío viscoso, y el nene ponerse a llorar, y uno –Cristina o yo– a hacer preguntas al aire, en latín o en inglés, que ya habíamos escrito.

El colmo fue cuando, con el grabador encendido, en uno de esos momentos, por el grabador salió la respuesta. No recuerdo qué preguntamos y la respuesta, esa vez, no quedó registrada. Pero la situación que estaba viviendo Nazareno, llorando todos los días, no era saludable para él.

Fue así que decidimos una noche, llevarlo a la casa de mi suegra y dejarlo hasta que esto se decida para bien o para mal.

Fue la noche decisiva. Encendimos el grabador con un cassette virgen, me senté con Cristina en mis rodillas, y esperamos.

Al cabo de un rato inesperadamente corto, sentimos como otras veces su presencia.

Fue Cristina la que comenzó a preguntar.

      Wath is your name?

      Mi nombre es Legión –contestó, y la pucha que me asustó su respuesta. Tuve la intención de largar todo y llamar a Bernabé, pero Cristina siguió, imperturbable.

      ¿Por qué ahora me contestás en español?

      La respuesta está en tu cerebro.

Ahí está la explicación de por qué hablaba en tan mal idioma. Cuando grabó la cinta, el hermano de Alejandro estaba escuchando a Bee Gees en inglés, y por eso grabó en el inglés que pudo, con sus breves conocimientos. Y con la copita escribió en latín porque yo estaba fantaseando con misas negras y esas cosas. Además, no me pregunten por qué, pero para mí el idioma fantasmal es el latín. Y como el que escribía era yo –mi inconsciente que captaba telepáticamente lo que le dictaba el fantasma–, escribí en el latín que pude, bastante malo pero el único con el que yo podría hablar. O Cristina, pudo ser ella la que escribiera, o los dos.

      ¿Qué estás haciendo ahora en la Tierra?

      Este es nuestro lugar.

      ¿Por qué hablás en plural?

      Porque somos muchos en uno, todos estamos en las mismas condiciones.

      ¿Quién fue el que se cayó al río?

      Yo... –¡La voz del cassette!– Habíamos ido al río con los chicos, y ellos fueron los que tiraron el bote, ellos, no yo, se lo juro.

      Contame más.

      Había sol, y el agua era transparente que se veían los peces. Los chicos quisieron atrapar uno, y el bote se volcó. Ellos se murieron todos.

      ¿Y vos?

      Yo sentí que me asfixiaba, veía sólo burbujas. Me asusté mucho, pero no me morí. ¿No ve que estoy vivo? ¿No ve que estoy vivo? ¿No me ve?

Esto último lo dijeron varias voces, que terminaron superponiéndose hasta formar una sola, como varios colores que se mezclan hasta formar uno sólo definido.

      ¿Y qué hiciste desde ese día?

      Desde ese día me paso la vida preguntando por qué todos fingen no verme. Les grito a los oídos y se obstinan en no contestar.

      ¿Por qué sentís frío? –fue mi primera pregunta.

      Siento mucho frío. El sol no me calienta. No sé que le pasa al sol que no calienta. La luz no es como antes. La luz del sol es opaca.

      Negra...

      ¿Dónde está Dios?

      Dios está... en el Cielo, supongo.

      ¿Cuánto hace que estás así?

      Mucho... mucho.

      ¿Desde qué momento?

      Desde que salí del río. –la voz del chico.

      Que hable otro.

      Desde que me clavaron ese puñal que casi me mata. –una voz de mujer.

      ¿Quién te lo clavó?

      Marco Tulio, mi marido, cuando estuvimos en Hispania.

      Que hable otro –dijo Cristina. Yo hubiera preferido seguir hablando con esta asesinada de hace dos mil años.

      ¿Cuándo te mataron?

      ¡No estoy muerto!

      Tienen que entender que la vida ya no está en ustedes. Que no pueden vagar eternamente por un mundo al que ya no pertenecen.

De nuevo las luces comenzaron a apagarse, y el aire se volvió a poner pesado. Cristina preguntó algo, pero ya no hubo respuesta porque el grabador ya no andaba. Increíblemente, en ese momento pensé en mi reloj que volvería a detenerse.

      ¡Cuando comiencen a aceptar que están muertos, recién entonces estarán listos para partir definitivamente de este mundo!

Una silueta rojiza comenzó a perfilarse en el medio de la habitación a oscuras. No era una silueta definida, sino más bien un borde enorme de forma humana que saltaba como un mono.

No sé que dijo Cristina en ese momento. Seguía hablando de Dios y de la muerte, y de partir para el más allá. Lo que recuerdo con claridad es la silla en la que estábamos sentados, que se movía como todo el cuarto, la figura saltando, roja, enorme, el aire irrespirable.

De pronto, la figura se quedó quieta, tensa, y se puso celeste de inmediato, y después paulatinamente blanca. El grabador volvió a andar, para decir:

      ¡El calor! ¡Es luz caliente! ¿Dónde? ¡En la ventana! Es de luz... Es mi Señor... Mi Señor...

La imagen caminaba lentamente hacia la ventana, pasando a través de la mesa, y al pasar cerca nuestro juro que la vi desdoblarse, como si fueran muchos, pero no se separaron. Fue como un efecto óptico, es decir como si dentro de la imagen yo pudiera adivinar varias. En realidad, no hay forma de describirlo.

La imagen desapareció por la ventana, y con ella se fueron todos los fenómenos que ocurrían en mi casa.

En seguida, al día siguiente, volvimos a traer a Nazareno, tan seguros estábamos de que todo había terminado.

Hay algo más. Al reescuchar el cassette que grabamos esa noche, hay una voz, al final, que ni Cristina ni yo escuchamos, pero que de todos modos se grabó. Es una voz dulcísima, como nunca escuchamos otra igual, que dice: “Yo soy la luz del mundo”


Epílogo
“Si recordara entonces su antigua morada y el saber que allí se tiene, y pensara en sus compañeros de esclavitud, ¿no crees que se consideraría dichoso con el cambio, y se compadecería de ellos?”

LA REPUBLICA, Libro VII – Platón


Q
uiero dejar sentado que voy a comentar un suceso por completo desconectado del resto del informe. Pero me acabo de enterar que ocurrió, y me parece una obligación incluirlo.

Esta tarde, cuando volvía del trabajo, me encontré en el tren con un muchacho con el que suelo viajar. Como hace apenas una semana que terminé el informe, y cito en él al esotérico, le pregunté a este chico por él, dado que también lo conocía.

      ¿No sabés lo que le pasó? –me dijo– ¿Viste hará dos o tres meses, que los trenes se atrasaron como dos horas a la mañana? Mirá, me cuesta decírtelo, no sé cómo lo vas a tomar, pero un tren lo agarró a Guido. No le hizo nada, no lo llegó a pisar, pero lo atropelló de frente y se partió el cuello contra el tercer riel. Murió instantáneamente.

Requiescat in pace, Don Guido.





En esta narración toda referencia a personas, cosas, hechos y fechas es real. Agrego este párrafo para aquellos lectores que no hayan tenido previamente noticias de este increíble suceso. Quedan a disposición de los escépticos las dos cintas, la de Alejandro y la de la noche del veintidós de noviembre de 1983, la del desenlace.

Repito que no tengo ninguna razón para pensar que el deceso de Don Guido tenga algo que ver con mis cintas, pero faltaría a la verdad si no agregara que el accidente que lo provocó, según mis averiguaciones, tuvo lugar en la madrugada del día veintitrés de noviembre de 1983, unas horas después de “mi fantasma” encontrara el camino de la luz.

En cuanto a todas las personas que me han pedido curaciones, oraciones y comunicaciones con el más allá, les ruego que, a la luz de este informe, comprendan que ni mi esposa ni yo tenemos ningún poder mediúmnico ni nada que se le parezca, y que asistimos a estos acontecimientos como casuales espectadores.

Tampoco pretendo que la voz que se grabó al final del cassette sea la de Cristo. Pudo ser una psicofonía nuestra, o del fantasma. Pudo ser un recuerdo de alguno de nosotros. Sin embargo, repito que es la voz más dulce que hayamos escuchado, dicho esto sin intención de convencer a nadie.

Los que conocieron a fondo el caso me hablaron de poltergeist, creaciones de la mente. Es posible. No seré yo el que niegue a Confucio.

Pero, tras haber vivido la experiencia, queda en nuestras almas, en la de Cristina y en la mía, la inefable convicción de que esa noche del veintidós de noviembre, un puñado de almas que murieron sin saberlo alcanzaron a conocer, de pronto, la Gloria de los Cielos.