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a historia que voy a relatar ocurrió durante la noche del viernes 28
de abril de 1989. Ese día, junto con un grupo de amigos, habíamos decidido
reunirnos para pasar el fin de semana largo en una quinta de Cañuelas,
propiedad de la tía de uno de ellos. El plan era encontrarnos a eso de las seis
de la tarde, después del trabajo, en San Justo, en la casa de uno de mis
amigos, e ir juntos a la quinta, que quedaba en un lugar algo inaccesible y
difícil de encontrar.
Pero, precisamente ese día, la fatalidad hizo que una
falla de caja me demorara en el Banco hasta muy tarde. Telefoneé a mis amigos,
y me dieron una serie de indicaciones muy precisas para que pudiera llegar.
Recién a las doce de la noche estaba tomando la Ruta 3
con destino a Cañuelas. En esa época tenía un automóvil Fiat 128, muy rápido
pero muy nervioso, que tenía un defecto de balanceo en la rueda delantera
izquierda.
En algún punto me perdí, doblé donde no tenía que
doblar o viceversa, y el caso es que muy pronto me encontraba en una ruta
oscura cuyo nombre desconocía, con altos pastizales a ambos lados, en medio de
una llovizna y una niebla que hacía imposible la visión más allá de los ochenta
o noventa metros.
Al cabo de un rato, adelante mío, la ruta hacía una
curva y contracurva bastante cerradas, no señalizadas, que tomé como pude, a la
velocidad que venía, pero pisé la banquina y perdí momentáneamente el control
del auto.
Me metí por un momento en una zanja, llovió
profusamente sobre el parabrisas una porción de barro y agua, sentí que el
coche saltaba como en las películas, y fui a caer con gran estrépito, otra vez
sobre la ruta, con el motor parado.
Bajé con mi linternita y miré abajo del auto, esperando
encontrar tal vez la mecánica desparramada sobre el suelo, o las ruedas
dobladas para afuera, pero milagrosamente el coche se veía entero y normal.
Con un poco más de confianza, volví a subir y traté de
ponerlo en marcha, sin éxito. Tarde comprendí que, probablemente, se habría
mojado la bobina o algo así, porque la desesperación me hizo agotar la batería,
en el medio de la nada y bajo la lluvia.
En esa situación, me fui dando cuenta que, siendo a la
sazón la una de la mañana, me esperaban unas ocho horas de pernocte en el auto
hasta que, con un poco de suerte, pueda conseguir ayuda.
Pero, al cabo de un ratito, pude ver a lo lejos la
figura de un hombre a caballo. Cuando me vio, se detuvo, como dudando sobre si
actuar o no, y finalmente se acercó al trote.
Bajé rápidamente del coche, le pedí ayuda. Le conté lo
que había pasado, ya el hombre, en realidad un muchacho de unos veintipico o
treinta años, abría el capot y me daba indicaciones: “ponelo en marcha”,
“acelera, acelera”, “paralo”. Ya estábamos ambos en el motor, engrasándonos.
Ante una puteada mía en italiano –todavía, en esa época, yo imitaba a mi padre
cuando puteaba–, me dijo, riendo,
«Si un alemán y un italiano no podemos poner en marcha esta máquina,
nadie podrá hacerlo. »
Tratamos de hacerlo arrancar empujando, pero nuestras
fuerzas fueron insuficientes. Finalmente se presentó, se llamaba Rodolfo
Rosenkrantz, y me dijo que en su casa, a menos de un kilómetro de ahí, tenía un
cargador de baterías y algunas herramientas, necesarias para poderlo arreglar.
Que lo mejor sería arrastrarlo con el caballo, y que después de cargada la
batería, en dos o tres horas, seguramente podríamos ponerlo en marcha.
Lo ató con una soga que llevaba, y durante el trayecto,
unas ocho o diez cuadras, mi auto fue un carro.
Después de poner el coche en un cobertizo protegido de
la intemperie, de volver a revisarlo con luz, y de conectar el cargador de
baterías, pasamos a la casa.
Me pareció excesivo aceptar su invitación a comer,
aunque acepté de buen grado el “buen café cargado” que me ofreció. Y también
pasar al baño, y secarme un poco.
Seguí su indicación –después de la salita, a la
izquierda–. La salita era una pequeña habitación muy bien amueblada, como toda
la casa, con muchas antigüedades, con una vitrina de un lado, y una bien
nutrida biblioteca del otro. Me demoré frente a la biblioteca leyendo los
lomos, y recuerdo –creo recordar– varios libritos de Gurdjieff, La Cosmogonía Glacial de
Horbiger, algunos ejemplares de Blavatsky, la
colección completa de Lobsang Rampa, Mundos
en Colisión, de Welikovsky, las
Enéadas, de Plotino, Zarathustra y otros libros de Nietzsche, La Raza que nos Suplantará, de Lytton,
Hombres, Bestias y Dioses, de Ossendovski, El Retorno de los Brujos, de Pawles y Bergier, un ejemplar
excesivamente voluminoso y excesivamente encuadernado en cuero de Mein Kampf, con letras doradas al fuego,
Schopenhauer, Ignacio de Loyola, Haushoffer, Hesse, Lovecraft, Guénon, y un curioso ejemplar de Kipling con la
cruz gamada en su lomo. Las ediciones eran, principalmente, en alemán, y
también en inglés, en francés y en español.
Como una lógica continuación, me puse a curiosear entre
las piezas de esa vitrina cubierta de cristales biselados que ostentaban, en el
preciso lugar que indica la proporción áurea, un enigmático mandala esmerilado.
Todo un estante estaba ocupado por trece vasos de
madera pulimentada, muy sencillos y muy antiguos. Uno de ellos estaba roto. El
resto lo ocupaban medallas, posavasos de metal precioso y porcelana, y otras
chucherías, ornamentados todos con svásticas y leyendas en alemán. En el
estante superior, un pergamino con las insignias del III Reich y una calavera,
escrito en alemán, aclamaba el nombre de Rudolf Rosenkrantz, tal vez el padre
de mi anfitrión.
Al volverme, en la pared que había atravesado al entrar
y que había quedado a mis espaldas, dominaba la foto –o una pintura, o la foto
de una pintura– de Adolf Hitler.
De pronto, con horror, caí en cuenta que me encontraba
a solas, en el medio de la nada, sin que nadie sospechara dónde estaba, en la
casa de un loco.
Rodolfo –Rudolf– me observaba desde la puerta, y me
dijo:
«No espero que compartas ni comprendas la idea que nosotros tuvimos
de la Historia. No te juzgo. Sólo te pido que tampoco me juzgues ni me condenes
hasta que hayas escuchado nuestro punto de vista, hasta el final. Ve a secarte,
hombre, que te enfermarás, y ven, que el café está listo.
»
En el baño, consideré mis posibilidades: si me ponía a
argumentar o a intentar razonar con él, es muy probable que se pusiera
violento. Yo no iba a cambiar su forma de pensar. Por otro lado, el tipo se
había portado bien conmigo; me ayudó en la ruta, y no tenía ninguna necesidad
de hacerlo, me brindó la hospitalidad de su casa, hasta me invitó a comer ¿qué
necesidad tenía de contradecirlo? El hombre quería hablar: había que
escucharlo. No criticarlo, no argumentar, no replicar, no debatir, ni dar lugar
a controversia. En unas pocas horas, la batería estaría cargada y yo podría
irme tranquilo como vine.
En ese estado de ánimo, volví con Rudolf, acepté el
café humeante que me ofreció, hice un comentario estúpido sobre la calidad del
café, y me arrellané en un sillón con mi taza en la mano, dispuesto a escuchar
al nazi con quien el destino me había cruzado.
«La historia post Nüremberg –comenzó a decir– ha tratado de explicar
el advenimiento a la Tierra de la civilización nacionalsocialista como el
delirio y la megalomanía de un sifilítico y de un grupo de sus secuaces,
obnubilados por su retórica y por la hiperinflación. Este argumento, que no
resiste el menor análisis, ha sido desarrollado y difundido con el sólo
objetivo de ocultar las tremendas fuerzas sociológicas, psicológicas, políticas
y espirituales que tuvieron lugar en la Europa de la primera mitad de este
siglo, y fue un plan concebido con absoluta premeditación y ejecutado con
precisión.
«Antes
que nada, hay que comprender que la ciencia y la filosofía cartesianas y
newtonianas, el mundo positivista y mecanicista, estaban ahogando a la
Humanidad, y el mundo estaba a las puertas de un nuevo período oscurantista,
que duraría más de mil años. Grandes fuerzas, muy superiores a las humanas, lo
habían concebido así. La ciencia muy pronto declararía que el Universo había
sido descifrado, y las potencias de la Naturaleza se cerrarían para nosotros.
«Para
que te des una idea, hacia fines del siglo XIX, el director de la oficina de
patentes de Estados Unidos renunció, y argumentaba en su renuncia que “ya no había
nada más para inventar”. Marcellin Berthelot, unos años después, decía que
“el Universo ya no tiene misterios”. Simón
Newcomb demostró matemáticamente la
imposibilidad de volar con algo más pesado que el aire. El profesor Lippmann,
en la misma época, le dijo nada menos que a Helbronner que “la Física
estaba acabada, clasificada, archivada y completa, y que haría mejor en
emprender nuevos caminos”. Clausius demostró “científicamente” que no era
concebible otra fuente de energía
que el fuego, y que la energía, si se
conserva en cantidad, se degrada en calidad.
«Pero,
en toda Europa y me consta que también en América, incluso también en la
Argentina, como lo supe mucho después, ciertos círculos jóvenes intelectuales
buscaban subterráneamente nuevos caminos.
«Algunos
hombres más evolucionados ya hablaban de realidades que la ciencia ortodoxa
negaba sistemáticamente. »
Debo
haber realizado algún mohín inadecuado porque replicó:
«Debes
entender, y coincidir conmigo, que algunos hombres están más adelantados en el
proceso evolutivo que los demás. Lo contrario es no comprender el proceso de la
evolución.
«La
ciencia pretende mostrarnos las diferentes especies como escalones, como saltos
que va dando la vida, como si las especies evolucionaran de pronto y se convirtieran
en otras, y mágicamente la especie superada se extinguiera, inservible,
gastada.
«Esto
es un error. La Naturaleza no da saltos. Más bien la vida es un continuo
evolutivo desde los primeros unicelulares hasta su culminación, que no
pretenderé decir que sea el Hombre.
«Toda
la taxonomía no es más que una abstracción mnemotécnica. En realidad, no
existen las especies, porque no hay dos individuos iguales. Veamos, ¿cuál es el
antepasado del hombre? ¿el mono? ¡Error!, el hombre y el mono descienden de un
antepasado común, sólo que los monos evolucionaron en un cierto sentido y el
hombre en otro. Toda la Evolución es expresable como la ínfima diferencia entre
un padre y su hijo, como el fuego que va quemando la hojarasca, va cambiando de
forma de hito en hito, crece o se apaga aquí o allá.
«Entonces,
dado que todos los individuos somos distintos, también todos los humanos se
encuentran en un diferente estadío evolutivo. Los hay primitivos, subhumanos, y
también, y esto es lo importante, conviven con nosotros los más evolucionados,
los más perfectos, las luces y los guías de la Humanidad.
«Había
entonces, como te decía, algunos de estos hombres que percibían una realidad
superior a la realidad cartesiana, una hiperrealidad. Los poderes escondidos en
la materia, que fueron revelados a los enemigos de Reich para su destrucción,
la investigación de los estados de supraconciencia, los misterios de la
dimensión estática del tiempo, los medios de comunicación telepática e incluso
de la influencia de la mente sobre la materia, secretos conocidos por ciertos
grupos de hombres y recibidos de los Maestros Antiguos, ya estaban siendo
revelados para provecho de la Humanidad.
«En
Alemania la Historia reciente había abonado el terreno para que estas y otras
doctrinas arraigaran provechosamente. Había una clara percepción de que no
existía ningún futuro disponible, de fin de los tiempos. No puedo describirte
acabadamente esta desazón, esta convicción de vivir sin sentido. También, debo
admitirlo, la economía y la política internacional y local, y la degradación de
nuestras instituciones, colaboraban a este estado de cosas. Entonces surgieron
en nuestro país, disfrazados de literatura, de sistemas herméticos, y también
de liderazgos políticos, ciertos postulados contracorriente que venían a llenar
este vacío.
«Hitler fue uno de ellos, ni mejor ni peor que los demás. Pude
asistir, en el invierno del 19 al 20, a aquellas memorables asambleas del
Partido Obrero Alemán. Al principio, sólo encarnaba la esperanza del pueblo
alemán de volver a ser una nación. Yo, como tantos, me uní fervientemente a las
filas de la Juventud Hitleriana, y me tocó participar, junto a muchos héroes,
de momentos memorables.
«El 4 de febrero de 1920, tras partirle la cabeza a algunos judíos
comunistas, presencié el comienzo del romance de Adolf Hitler con el pueblo
alemán, con su discurso memorable frente a más de dos mil personas, en la Hofbräuhaus, en Münich.
«Yo estuve en febrero del 21 en el Circo Krone. Y fui uno de los
cuarenta y seis SA que defendieron la Hofbräuhaus
en noviembre de ese mismo año. También estuve en la Konigsplatz en el verano
del 22, y, poco después, en octubre, en Coburgo.
«El 9 de noviembre de
1923, a las 12:30 del día, poseídos de inquebrantable fe en la resurrección de
su pueblo, cayeron en Munich frente a la Feldhernhalle, en el patio del antiguo
Ministerio de Guerra, y a mi lado, muchos amigos, Kurt Neubauer, Karl Laforge,
Andreas Bauriedl, Martín Faust, tantos otros.
«Pero
el cambio, el gozne de la Historia se produjo cuando se reunieron Los Siete
para fundar el Partido Nacionalsocialista. A partir de ese momento nada fue
igual.
«A
partir de entonces, todos los alemanes fuimos nazis. Todo el que te cuente otra
cosa miente. El mensaje del Fürher atravesaba los corazones y los espíritus,
encendiendo en todos nosotros una especie de llama sagrada, un fuego hipnótico
que nos abrasaba, un fuego ario que debería iluminar al mundo, oponiéndose al
hielo que pretendía cristalizar la humanidad por un milenio, ese glaciar semita
que estaba arrasando a nuestro planeta.
«Seguramente tu padre italiano pudo sentir este fuego en los tiempos
de Mussolini. »
Sonreí,
pues mi interlocutor no sospechaba que mi padre fue precisamente uno de los
líderes de la Resistencia Italiana, un partisano, que luchó para derrotar a ese
régimen de terror. Casi cuarenta años después la República Italiana reconocería
las glorias de mi padre, condecorándolo justamente como Héroe de Guerra, de las
manos de Sandro Pertini.
Seguramente
Rudolf tomó mi sonrisa como un asentimiento, pues prosiguió, imperturbable, su
historia imposible:
«En
esos tiempos la Tierra se convirtió en el tablero donde dos bandos jugaron su
partida.
«Debes
saber que, hace treinta o cuarenta siglos, en la noche de los tiempos, existían
en lo que hoy es el desierto de Gobi dos civilizaciones en guerra, altamente
desarrolladas. Tras casi destruir el mundo en su afán en una conflagración
atómica que desertificó esa zona, cuyos vestigios pueden ser vistos aún hoy en
día, emigraron y se ocultaron en un inmenso sistema de cavernas bajo el
Himalaya, algunas de las cuales conozco y he visitado. Allí, crearon dos
ciudades: Agarthi y Schamballah. Desde entonces, el escenario de su
guerra eterna es la superficie del mundo, y sus soldados o las piezas de este
juego somos nosotros, la Humanidad.
«Después
de 1934, yo empecé a servir en la Anhenerbe, bajo el mando de Heinrich Himmler. Nuestra misión era buscar
por el mundo y llevar a Alemania ciertas reliquias, ciertos artefactos, de
importancia primordial para el advenimiento del Hombre-Dios, importancia que
yo, por supuesto, desconocía. En una de mis misiones, tuve que escoltar hasta
el Tibet a mi tocayo y amigo, Rudolf Hess.
«Cuando
llegamos, en mi calidad de SS Anhenerbe, acompañé a Hess hasta unas cavernas a
la que nos guiaron unos monjes. Allí supe ciertas cosas.
«Desde
los tiempos del Despertar Jónico, los maestros de Schamballah iluminaron la
civilización grecorromana, que estaba destinada a acelerar el conocimiento y el
desarrollo científico humano. Esto se hace evidente en Tales de Mileto. Todo el
fundamento de las ciencias, de la política y del método científico le fue
revelado. Se dice que Anaximandro, antes
de medir el radio de la Tierra, la vio desde el espacio volando en un Vimana. Hipócrates sentó las bases de la
medicina moderna. A Demócrito de Abdera le fueron reveladas las íntimas
estructuras de la materia. A Pitágoras se lo recuerda por su famoso teorema,
pero fue un místico, el primer místico-matemático, que fundó un gobierno de
santos.
«Pero
poco después, la raza de Agarthi eligió un pueblo que debía detener el progreso
y llevar al mundo a un milenio de oscurantismo. Ese Pueblo Elegido fueron los
semitas. La concepción judeocristiana del mundo detuvo durante mil años la
evolución intelectual de la Humanidad, durante la Edad Media, hasta el
Renacimiento
«Cristóbal
Colón, Leonardo da Vinci, Cristiaan von Huygens, y otros renacentistas fueron
inspirados, directamente o por manipulación psicotrónica, por los Maestros de
Schamballah.
«Y
luego, la ciencia judía del siglo XIX amenazaba con congelar el mundo en un
nuevo oscurantismo que tendría lugar desde la segunda mitad del siglo XX.
«Karl
Haushoffer fue el mago que intercedió ante las fuerzas de Schamballah para
impedir esta avanzada. Él puso en contacto a estos Maestros Antiguos con el
Fürher, y ellos lo dotaron de esa llama, de ese fuego que debía oponerse al
hielo de Agarthi y de los semitas.
«Hitler
sabía que no podría reinar la ciencia de Schamballah mientras en Alemania
viviera un judío. Es por eso que hizo todo lo posible por echarlos de nuestra
propiedad antes del cambio que se iba a generar. Pero, en el invierno de 1942,
cuando el hielo detenía a nuestros ejércitos en Rusia, mientras las armas automáticas se encallaban al congelarse el aceite, mientras
se helaban las locomotoras y bajo su capote y calzados con sus botas
de uniforme, morían los hombres,
comprendió que no podría ocurrir el advenimiento del Hombre Nuevo en tanto la
raza de Agarthi viviera sobre la Tierra. Fue entonces que concibió la Solución
Final. »
Un
escalofrío recorrió mi cuerpo mientras Rudolf seguía desgranando sus locuras.
«Entonces
Agarthi violó el pacto sempiterno, y fue el comienzo del fin. Ciertos secretos
que debían permanecer ocultos le fueron revelados al enemigo de Alemania para
que ésta fuera rota. Las bombas de Hiroshima y Nagasaki debían caer sobre
Münich y Berlín, y muchos conocimientos que surgieron en los laboratorios
aliados fueron en realidad revelaciones ejecutadas por los Maestros de Agarthi.
Sólo la grandeza del Fürher impidió que la raza aria fuera extinguida de la faz
de la Tierra.
«Después
de que acabara la guerra, los Antiguos debieron intervenir directamente en el
mundo, no una, sino muchas veces. Sus Vimanas
fueron observados un número de veces, y se los llamó OVNIS. Un poder
destructivo que la Humanidad nunca debía haber poseído, el mismo poder que casi
destruye al mundo en los tiempos pretéritos, le fue dado irresponsablemente a
dos naciones, las enemigas de Alemania, que pronto estuvieron al borde de una
guerra entre sí. El planeta estuvo a punto de ser destruido una porción de
veces, y sólo fue evitado por la intervención directa de las razas de Agarthi y
Schamballah, ahora colusionadas para evitar la destrucción final.
«El
mundo, desde entonces sufrió una tremenda presión psicotrónica, que se ejecutó
sobre todos los hombres, hasta la destrucción de la Rusia Soviética, que está
ocurriendo ahora, precisamente en Berlín, para anular a uno de los dos
contendientes de esta guerra potencial. Ésta, aparentemente, es la solución que
los Antiguos le están dando al problema que ellos mismos crearon. Pero ahora
todos estos conocimientos científicos quedan en manos de un solo país, los
Estados Unidos, que jamás se han caracterizado por su filantropía. Y no me refiero
solamente a la energía atómica. Muchos descubrimientos en el área de la
electrónica, que hoy guía a los misiles nucleares, y fue el origen de la
informática, entre otras cosas, la tecnología basada en el laser, el radar, y
algunas ciencias de índole sociológica que no son muy difundidas, les fueron
reveladas a los científicos aliados durante la Gran Guerra.
«El
destino de la Tierra, hegemonizado por el poder norteamericano, evolucionará
rápidamente a una crisis provocada por la voracidad yanqui, que se manifestará
en la defoliación de las economías de todos los países del mundo en beneficio
de los Estados Unidos, y también en otra crisis mucho más profunda, de carácter
ecológico, que pondrá en riesgo la continuidad planetaria, causada por la
contaminación que generará este país y que se negará a eliminar o al menos
limitar. Es seguro que, llegado ese punto, una catástrofe aparentemente
natural, pero provocada por los Maestros del Mundo Subterráneo mediante
tecnologías que desconocemos pero que ellos dominan, castigue a este país y lo
detenga. Los sitios para este escarmiento ya han sido elegidos, y en el curso
de tu tiempo los verás. Recuérdalos: son Yellowstone, Manhattan, San Diego.
«Pero
no será una guerra la que los pierda, no. Desde los años sesenta en adelante se
está destruyendo la base misma de la sociedad humana, para hacer al hombre
menos belicoso y más individualista. En todo el mundo, puedes observarlo, y
verás que será peor en el futuro, los homosexuales están gobernando los medios
de comunicación, convirtiendo a los hombres en mujeres, quitándoles toda su
virilidad. También las mujeres empezaron a vestirse como varones, y muy pronto
se borrará toda diferencia entre los sexos. Esto había sido predicho por uno de
tus paisanos. La intención, al amariconar a los jóvenes, es quitarles la
agresividad natural del guerrero, para que sea más difícil que los lógicos
conflictos entre las naciones degeneren en inevitables contiendas.
«Además,
se estimuló la síntesis de nuevas y terribles drogas artificiales, y se
incentivó su uso principalmente entre los jóvenes, demoliendo su espíritu y
desbaratando su esencia misma. En todos los tiempos la juventud ha sido la
reserva moral, la cantera de donde surgen los líderes éticos e incorruptibles.
El ataque se enfocó, por esta razón, especialmente hacia los jóvenes.
«Al
mismo tiempo, una fuerte ideología basada en el pragmatismo y el individualismo
ha cundido por el mundo, haciendo del hombre el lobo del hombre, impidiendo los
liderazgos porque ya nadie confía en nadie. Esta ideología ha desplazado toda
noción de honor, de códigos de conducta, de fidelidades. En estas condiciones
es imposible organizar a las masas, dispersas en su egoísmo, desparramadas en
su aislamiento.
«Sin
embargo, hay dos excepciones: como siempre, dos naciones están siendo
preservadas para el futuro. Si te fijas, estas plagas que te he descripto no se
han ensañado sobre el Estado de Israel con tanta furia como en el resto del
mundo, como en Holanda, o en España, o en Inglaterra o Alemania. Además, los
Señores de Agarthi le han proporcionado a los semitas nuevas y terribles
tecnologías, sobre todo en el área informática de defensa.
«Alemania
debía iluminar el mundo y guiarlo hacia un nuevo Renacimiento, un nuevo
despertar. Pero en algún sitio erramos el rumbo. Yo pude ver, hacia el final de
la contienda, cómo el III Reich, defraudadas las espectativas de los Amos de
Schamballah, estaba siendo abandonado por estas fuerzas, que luego se nos
volvieron en contra. Yo sabía que muy pronto otra raza sería elegida por estos
Maestros para alumbrar el futuro.
«Hoy la
ciencia de Schamballah, especialmente los avanzados conocimientos en el área de
medicina, están siendo revelados a una sola nación, que además está siendo
preservada como en una campana de cristal de la catástrofe moral que asuela al
mundo. Esta vez eligieron un país sin historia, su gesta está siendo escrita
directamente con la pluma de Schamballah. Este país es Cuba, y su líder, esa
hiena cobarde, Fidel Castro. Cuando tuvo la oportunidad de eliminar a su
enemigo en un fuego purificador, no tuvo el valor de hacerlo, y fracasaría por
su pusilanimidad, y habría sido aplastado una y mil veces por los Estados
Unidos si no fuera por la protección invariable y perenne de los Señores de
Schamballah.
«Así los
Eternos Contendientes eligieron dos pueblos que serían preservados de la
Destrucción y serían los vigías del mundo. El uno a las puertas de Rusia y de
Europa y el otro a las de América. Nunca hasta ahora la Humanidad fue presa de
tal manipulación psicotrónica.
«Precisamente,
la evolución de la ciencia de la psicotrónica fue eficazmente anulada. Hoy en
día, nadie toma en serio la telekinesis, la telepatía, la precognición, todo el
complejo de conocimientos que, en los cincuenta, se llamaba parapsicología.
«Pero
debo decirte que estas fuerzas, que son absolutamente naturales y que están en
potencia en todos los mamíferos superiores, le fueron reveladas a los aliados,
y también a nosotros, hacia el final de la contienda. Incluso recuerdo que
habían empezado a ser eficazmente utilizadas con fines militares, y su uso
debería haberse generalizado rápidamente a otras áreas si no hubiera mediado su
voluntaria anulación.
«Son
fuerzas tan naturales que el hombre del Neolítico las dominaba ya en grado
sumo. Con el tiempo, con la seguridad que fueron adquiriendo nuestras vidas,
estas facultades fueron tornándose inútiles, y se fueron olvidando.
«No es
secreto que muchos místicos, sobre todo los budistas, alcanzaron desde hace
mucho el dominio de ciertos estados alterados de conciencia. Estos son llamados
“estado de alerta”, “vigilia lúcida”, y ocasionalmente “despertar”.
«Todo
el secreto está en el stress. Es bien
sabido que, por ejemplo, una madre que ve a su hijo bajo la rueda de un camión,
levanta el camión con sus manos. ¿de dónde sale esta fuerza? Evidentemente, esa
fuerza estuvo siempre en los brazos de esa mujer, pero en un estado potencial.
Nunca la usó porque no tuvo necesidad de hacerlo, pero ahí estaba, por las
dudas, para que cuando fuera útil se pudiera recurrir a ella.
«Con el
cerebro pasa lo mismo. Todos saben que sólo usamos el diez por ciento del
cerebro, y el noventa por ciento restante se encuentra ahí en un estado
potencial, para ser usado ¿cuándo?
«Debes
imaginarte al Hombre del Neolítico, antes del descubrimiento del fuego, la
mayor parte de la existencia del hombre transcurre antes del descubrimiento del
fuego, en una noche sin luna, esperando que los predadores nocturnos fueran a
comérselo. En esas condiciones, ¿quién puede dormir? Imagínate vos en esas
condiciones. ¿Cómo estás? Alerta, con todos tus sentidos concentrados,
enfocados en la nada que te rodea, atento al menor ruido, al menor olor, a la
menor señal proveniente de los otros hombres que te rodean. En estas
condiciones, es este stress absoluto,
el cerebro comienza a trabajar utilizando parte de ese noventa por ciento que
comúnmente no se usa. Se adquiere una lucidez extraordinaria.
«Los
místicos utilizan un método similar para entrar en trance. Enfocan todos los
sentidos, en la oscuridad o con los ojos cerrados, en la nada que los rodea.
Pronto entran en un estado de éxtasis, lo que ellos llaman “vigilia lúcida”, en
donde todos los misterios de la naturaleza adquieren una simplicidad evidente.
En este estado puedes comprenderlo todo, todo te resulta fácil y asequible.
Estás utilizando tu cerebro en un treinta, treinta y cinco por ciento.
«El
factor que falta es el terror. El terror te ayuda a entrar en ese estado de
alerta, en esa vigilia lúcida. Por eso los hombres son tan adictos al terror,
al peligro. ¿Te preguntaste alguna vez por qué la gente goza tanto al leer una
buena novela de terror, al ver una buena película de suspenso, al subir a una
montaña rusa? Porque en esos momentos de stress comienzan a usar, mínimamente,
una parte del cerebro que en otros momentos no utilizan. Algunas hormonas se
producen en el cuerpo y proporcionan placer a esta experiencia para prevenir la
inevitable locura.
«El
hombre del Neolítico, entonces, en ese estado de stress máximo, como la madre
que ve a su hijo bajo un camión, comienza a usar una parte del cerebro que
comúnmente no usaría. Sus sentidos se intensifican y su razonamiento se
potencia. Es capaz de interpretar señales que lo preparan al ataque y a la
defensa.
«Al
profundizar este estado, al transcurrir la noche, nuevos sentidos acuden a él.
Ahora es capaz de “ver” en la oscuridad, adquiere clarividencia. También es
capaz de predecir el futuro inmediato, porque puede anticipar los movimientos
del predador. Los sentimientos, los pensamientos y las sensaciones de los otros
comienzan a serle propias. Comienza a establecer con los otros miembros de su
grupo un contacto telepático.
«Si el
hombre en cuestión está lo suficientemente evolucionado, y si es capaz de unir
las fuerzas telepáticas y enfocarlas en común, puede mover objetos, puede poner
barreras entre los predadores y él,
puede influir en la conducta de los animales y de otros hombres.
«Sin
estas habilidades, los primeros hombres, naturalmente arborícolas, hubieran
muerto rápidamente en las praderas.
«La
atención enfocada, y el terror. Por eso las SS llevábamos la calavera como
enseña. El terror era una parte de nuestra iniciación. Nuestro bautismo de
sangre se llamaba “El Aire Denso”. Así como el feto se incuba durante meses en
la seguridad del saco amniótico, pero al nacer se baña en sangre entre el
sufrimiento y los dolores del parto, así el Hombre Nuevo debe recibir un baño
de sangre y de dolor para poder volver a nacer. Es el Magna Mater.
«Pero
no todos pueden tolerar este stress. Es dogma entre los místicos que, al
ingresar a los estados alterados de conciencia, el intento puede pagarse con la
locura. Y es lógico. No todos los hombres pueden someterse a una noche de
terror absoluto y sobrevivir intacto. En eso se demuestra el estado evolutivo,
el temple de cada uno.
«Pero
el mundo se unió contra nosotros, el mundo de la superficie y también el mundo
subterráneo. Cuando las fuerzas de Schamballah nos abandonaron, muchos dejaron
de creer.
«Mientras
los tanques rusos entraban en Berlín, yo atravesaba los Pirineos en un camión,
custodiando una caja cuyo contenido ignoraba, de regreso de un pintoresco
castillo español que se sostenía en la ladera de una montaña.
«Quiso
la suerte, o el destino, que ocurriera un accidente. Creo que reventó una de
las cubiertas delanteras, y el camión volcó. Salí despedido junto con la caja
que custodiaba, y un soldado del grupo, que se desnucó al caer. El camión fue a
dar al fondo de un hondo precipicio. Solo yo sobreviví.
«Pronto
supe que el Reich había sido vencido. Un diplomático argentino en España
propició mi huida a este país.
«Cuando
llegué a Buenos Aires, vendí los tesoros que había robado. Ignoro qué habrá
sido de ellos. Algunos eran muy poderosos. Mucho después sabría, por
publicaciones, qué contenía la caja que custodiaba y que debía llevar a Berlín.
Con mi pequeña fortuna malhabida, compré estas tierras y construí esta casa con
mis manos. Esto ocurrió en 1946.
«Lo
único que no pude o no quise vender fueron esos trece vasos de madera que viste
en la vitrina de la salita. Los habíamos recogido, seguramente, del castillo
español que ya te referí.
«Mucho
medité sobre ellos. Pero mi fe había sido quebrada, y los supuse curiosidades
sin valor. La presión psicotrónica también se ejercía, fuertemente, sobre mí.
«Con el
tiempo, comprendí que se trataba de una reliquia judía. Más precisamente, intuí
que esos trece vasos habían servido a un hombre y a sus discípulos, en la
víspera de su Crucifixión.
«Yo
había leído que la copa en la que bebió Jesucristo durante la Última Cena, más
conocida como El Santo Grial, poseía virtudes poderosas y ocultas. Se hablaba
de la curación de enfermedades, y de la juventud eterna.
«Una
tarde, segando los pastizales, me infringí una profunda herida con la guadaña.
Me curé como pude, detuve la sangre, pero al día siguiente una fuerte fiebre se
había adueñado de mi cuerpo.
«Yo era
un fugitivo, y no me atreví a buscar auxilio. Hacia la noche, comprendí que,
sin atención médica, pronto moriría.
«Pensé
en el Grial. Yo sospechaba que uno de esos trece vasos había sido aquél en el
que bebió Jesucristo, pero ¿cuál? Uno de ellos estaba quebrado. ¿sería ese? ¿o
tal vez ese sería el de Judas?, y de ser así, ¿cuál sería la consecuencia de
beber en él?
«En mi
delirio, tomé una decisión: bebería un trago de agua de cada uno de ellos,
menos del vaso quebrado. Y así lo hice. Era la noche del 24 de junio de 1947.
«Desde
entonces, no he vuelto a enfermarme, ni envejecí. Mi teoría es que ese vaso,
sea cual fuere entre los doce, es un artefacto cargado psicotrónicamente por
los sabios de Agarthi, para provecho de Jesús de Nazareth. Qué ironía que fuera
yo, uno de sus enemigos declarados, quien se beneficiara de él, dos milenios
después.
«Veo la
incredulidad pintada en tu rostro. ¿Eres cristiano? ¿quieres probar un trago de
esos vasos? »
Y rió
con una profunda carcajada.
Yo
estaba resuelto a no contradecirlo, a dejarlo hablar e irme lo más pronto
posible de allí. Pero cuando depositó sobre la mesa, riendo como si estuviera
borracho, los doce vasos, y les echó un poco de agua a cada uno, invitándome a
beber, lo miré con asco y le dije que habría que ver si la batería ya se habría
cargado, que me tenía que ir.
Interrumpió
sus risotadas, y, con un gesto como de sorpresa, me acompañó al cobertizo.
Conectamos nuevamente la batería, y, al primer intento, el Fiat arrancó
perfectamente. Rudolf me saludó efusivamente, me invitó a volver siempre que
quisiera charlar, y me despidió en la puerta, cuando ya me iba.
Como
pude, salí a una ruta conocida, y volví a casa. Ese fin de semana no pude
pasarlo con mis amigos.
Al cabo
de unos días, me di cuenta que había quedado una extraña e ingeniosa
herramienta, olvidada en el cofre del auto. Cuando mi padre la vio, tiempo
después, se sorprendió y me dijo:
- ¿De
dónde sacaste esta llave? Son raras. Estas llaves las llevaban los camiones
alemanes, en la guerra. Nunca había vuelto a ver una de éstas desde entonces.
Seguramente,
pensé, habría pertenecido alguna vez al padre
de Rudolf.